Opinión
Y los «Hemingways» cayeron del «guindo»
Han pasado ya semanas y transcurre con absoluta normalidad jurídica un juicio por el «procés» al que, desde su arranque y prolegómenos, se le habían puesto todas las lupas en forma de controles preventivos, especialmente desde la prensa internacional, ya saben, esa en pos de la que se emplea a fondo y sin escatimar energías el rodillo de la propaganda separatista. Decenas de corresponsales extranjeros acreditados en el Tribunal Supremo, especialmente de medios europeos, informaban de inicio casi de manera unánime en torno a la idea común de la prueba de fuego que significaba para la imagen y prestigio de nuestra justicia y en definitiva de la propia credibilidad de nuestro Estado de Derecho, un proceso a políticos independentistas catalanes a los que se acusaba de delitos especialmente graves cometidos en otoño de 2017. Gente que había conseguido forjar una imagen en el exterior de pacifistas con gafas de montura cara y hablando impecable inglés. Era innegable la actitud «vigilante» de unos informadores foráneos a pie de tribunal que, como todo corresponsal llegado a España que se precie, nunca va a renunciar a esa pequeña pero secular e inevitable ración de idealismo a lo Hemingway, por mucho que la España de hoy con una democracia consolidada nada tenga que ver con la de hace más de ochenta años allá por la guerra civil. Los miembros del tribunal con Marchena a la cabeza y el propio proceso en sí, no escaparon esos primeros días a una segunda mirada fiscalizadora que tímidamente rastreaba cualquier atisbo de paralelismo con esos tribunales turcos del «expreso de medianoche». A estas alturas de la obra, parece que los «Hemingways» –los que quedaban– se han caído de su particular «guindo». De los titulares preventivos se pasó inicialmente a una crónica más o menos unánime sobre la «debilidad» de la acusación de rebelión –«el proceso se desinfla» apuntaba la corresponsal de «Le Monde»– crónica que ahora, visto y oído el desarrollo del juicio hasta la fecha empieza a no tener dudas, con independencia de la sentencia final, tanto a propósito de la gravedad de lo ocurrido hace año y medio en Cataluña, como de la imparcialidad e independencia del tribunal supremo en un estado de derecho socio de la UE. Ya ni siquiera hay papel para unos «observadores internacionales» colados con calzador desde la órbita soberanista y a los que ni se ve, ni se oye ante las estruendosas evidencias que demuestran lo que fue un intento por crear estructuras de estado violando la ley y por mucho que esto se hiciera bajo los parámetros de un golpe tan ingenuo como chapucero. A pesar de ello, esa prensa y opinión pública extranjeras continúan entre las prioridades de la hoja de ruta secesionista. Buena prueba es algo tan indicativo como la estrategia de los abogados de la defensa, tan ajena a lo lógica jurídica por mucho que esto sorprenda al tribunal como empecinada en el argumentario propagandístico. Pero no cabe engañarse, no se trata de torpeza de los letrados, sino de seguir abonando el terreno para posibles medidas de gracia en el futuro desde el ámbito político. Para ayudar ya están algunos senadores franceses.