Opinión

Europa

A la guerra no se debe ir en comité. Los problemas de seguridad a los que se va enfrentar Europa en un futuro inmediato no los va a resolver ningún Consejo, Comisión o junta general de naciones afines sino que más bien requerirá un liderazgo fuerte y unitario. La Unión Europea (UE) se ha dado a sí misma una organización –la Comisión– que afronta los retos económicos con más o menos gracia pero que no está respaldada por otra –el Consejo– que responda a una voluntad soberana de resolver los problemas de seguridad que más pronto que tarde, siguen a los de comercio y financieros. La UE no está preparada para capear temporales geopolíticos; se fundó en base a la ilusoria suposición de que nunca más habría que afrontar conflictos violentos, que la Humanidad había cambiado. Peligroso espejismo nacido de un cierto narcisismo esto de creer que el resto del mundo habría aprendido la lección de las últimas guerras fratricidas europeas.

Meditando hace días acerca de cómo Europa se podría unir –no solo por la bolsa sino también para empuñar la espada– me vino a la memoria como se formó España hace ya más de cinco siglos. No fue ciertamente un comité de sabios el que recomendó superar la división de siglos de los reinos hispánicos cristianos. Fue una Reina de Castilla y un Rey de Aragón los que decidieron juntarse –en santo matrimonio y algo más– dando lugar al nacimiento de la España actual. Luego se sumó Navarra y expulsamos a los moriscos que no quisieron convertirse, entre otros acontecimientos relevantes que no puedo mencionar aquí pues no trato de escribir sobre el pasado sino más bien vislumbrar alguna esperanza para el futuro. El bravo y tenaz Aragón de Fernando II miraba al Mediterráneo, a Nápoles, a Sicilia y a Cerdeña. Una vez conquistada Granada, la épica Castilla de Isabel enfoco hacia el Atlántico. Los dos Reinos eran pues mucho –pero tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando– juntos lograron formar una entidad que asombro al orbe y edificó el primer imperio realmente global de la Historia.

¿No estará ahora Europa en un trance similar al de 1469 que presenció aquí la boda de Fernando e Isabel? No podrán ser el Presidente Macron de Francia y la Sra. Merkel –o más bien sus sucesores– como aquellos Fernando e Isabel que unieron España. Si Francia y Alemania se aglutinan, fusionando sus puntos de vista estratégicos, los resultados pueden ser igual de deslumbrantes que los que dieron nacimiento a aquella España de hace cinco siglos. Francia está más preparada – militar y psicológicamente– para afrontar los retos de seguridad que la retirada americana de Europa está provocando y que naturalmente van más allá del zafio Presidente Trump. La potencia económica y comercial alemana es imprescindible para que nuestro Continente pueda convertirse en un agente mundial y competir con EEUU, China o Rusia ¿Podremos algún día decir: tanto monta, monta tanto la bolsa de Alemania como la espada de Francia?

Y si todo esto sucede ¿qué papel debería jugar la actual España o quizás también Italia, las dos naciones que seguimos en peso a Alemania y Francia? Quizás el de la Navarra peninsular de comienzos del siglo XVI que se agregó a la superior entidad castellana-aragonesa. No es fácil para un marino militar español aceptar este papel, como tampoco debió ser fácil para aquellos navarros –confidencia: mi madre era navarra– renunciar a su soberanía ancestral, pero la Historia confirma que solo una España unida habría sido capaz de la hazaña americana. Como militar español siempre he defendido la Soberanía nacional pero reconozco que partes de esta soberanía están siendo actualmente transferidas a entidades supranacionales europeas. Por ejemplo: nuestra moneda, ciertas leyes, la supervisión de nuestros tribunales, la mayoría de la reglamentación financiera y comercial, etc. Por lo tanto, si bien los militares de nuestra generación defendimos exclusivamente la Soberanía nacional ¿no deberán nuestros sucesores proteger además las partes de ella que hemos delegado en la UE? Por algo así debieron pasar también mis antepasados navarros.

El símil de los moriscos se lo podemos reservar a los británicos que no es que los estemos expulsando, es que ellos se quieren ir al no compartir nuestra fe. La fe en una Europa unida. Acabe como acabe lo del Brexit, el despego inglés por el futuro de Europa es clamoroso.

Francia y Alemania son dos grandes naciones. Sus ciudadanos seguro que están orgullosos de lo mucho que han hecho a lo largo de la Historia y posiblemente inclinados a ser benevolentes con sus errores y crímenes, que también de todo ha habido. Pero estos alemanes y franceses tendrían que reconocer que sus naciones aisladas caerán en la irrelevancia –y quizás incluso en el vasallaje– en el nuevo orden mundial que se avecina con una América «first» (o quizás «alone»), una Rusia revanchista y asustada, un islamismo fanático y una China llena de agravios y ambiciones. Europa será unida o no será. Esperemos que el chauvinismo francés y la arrogancia alemana se queden en casa a la hora de votar y sepan elegir a un Fernando y una Isabel que nos lleve a todos, no solo a sobrevivir, sino a triunfar en el huracán que se avecina. Sé que sueño no con la Europa que es, sino con la que podría ser. Como algunos por aquí –antes de los Reyes Católicos– soñaron con la España que podría ser. Y que fue.