Opinión
Valls, alcalde
Barcelona, ciudad/parapeto contra la escoria supremacista,y de ahí el odio que le profesaba el pujolismo, luce ahora mismo a los tres mejores candidatos españoles. Dos de ellos, Cayetana Álvarez de Toledo e Inés Arrimadas, compiten en las elecciones generales. El otro es Manuel Valls, ex primer ministro de Francia, socialista, hijo de un magnífico pintor que marchó al exilio en los cuarenta, Xavier Valls, portaestandarte de las virtudes del bachillerato francés, cartesiano y sólido, y de esa gozosa relación que los franceses todavía mantienen con la cultura. En «Salvados», de Jordi Évole, trituró a Ada Colau. Preguntado por el turismo de botellón la actual alcaldesa respondió que «A nosotros nos gusta que nos visiten, y siempre... forma parte de la identidad de Barcelona, nos gusta que nos visiten, somos una ciudad de mar, y a todo el mundo le gusta visitar otros lugares». Frente al cóctel habitual de balbuceos, simplezas y trolas, su contrincante recordó la importancia de Juan Antonio Samaranch así como las sustanciales aportaciones del Rey Juan Carlos, el ex alcalde Maragall y, por supuesto, los empresarios, a la prosperidad de una Barcelona que hoy, más que nunca, es el Titanic profetizado por Azúa. Las chorradas de Colau respecto a la inmigración, el trato con las élites económicas, la delincuencia y el secesionismo contrastan con el empaque de un Valls que apenas necesitaba esforzarse. Al día siguiente y entrevistado por Federico Jiménez Losantos insistió en que necesitamos un pacto contra el populismo. Que PSOE, PP y Ciudadanos husmeen alianzas en los vertederos ideológicos que nutren Vox, Podemos, ERC, Bildu, el PdeCat o el PNV solo se explica porque sus dirigentes a menudo prefieren hipotecar el futuro común con tal de garantizar sus respectivas covachas. Valls comprende mejor que nadie que el gobierno de la nación no puede depender de formaciones separatistas y populistas. Este país tan rico y maltratado, que viene de una guerra civil calamitosa y una dictadura atroz, capaz de sacar adelante una Constitución de consenso, una de las más avanzadas del mundo, y de situarnos en la vanguardia de todos los indicadores de bienestar, democracia y respeto por los derechos humanos, merece algo mejor que la perpetua claudicación ante un atajo de vendeburras. Ojalá Valls alcalde de Barcelona. Aunque sea complicado mientras el PSC ejerza de Ophiocordyceps unilateralis y el resto del PSOE de hormiga carpintera zombificada.
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