Opinión

En una mano la urna y en la otra su amada

Un señor de una mesa agarró el megáfono e hizo saber por la presente que aquí los compañeros de los Mossos informan que hay policía camuflada y al loro. Otros de otras mesas entregaron las urnas a los agentes, previamente contados los votos, para llevarlas a la comisaría de Aiguablava. Algunos Mossos abandonaron los colegios electorales entre confeti muy sentido y abrazos patrióticos y rosas de Alejandría. Los hubo que tomaban café con picatostes o galletas o pasas mientras la gente se acercaba a votar. Unos forcejearon con los antidisturbios. Otros contemplaban el amanecer desplomado sobre los cielos de Cataluña y/o ocupaban la cabeza en resolver sudokus al tiempo que sus colegas enfrentaban a la masa pacífica y de paso sufrían la terrorífica inclinación de los sediciosos a canturrear las tonadas más almibaradas y gazmoñas del repertorio. Hubo quien desde un Seat con matrícula de la Consejería de Presidencia de la Generalidad seguía a la policía judicial y los antidisturbios encargados de requisar el material del referéndum. No olviden los que discutieron y hasta insultaron a los guardias que cumplían con su deber. Los que puestos a silbar silbaron melodías de Morricone mientras los dirigentes de las organizaciones sociales consagradas a la causa negociaban el desalojo de la comitiva de una secretaria judicial, a ser posible sin documentos y manos arriba. Un comisario de la Policía Nacional describió su actitud como estática. Contemplativa. Lo normal cuando las patrullas son obstaculizadas con cables de acero, cuando la gente prepara retenes y parapetos, cuando riega a los policías con esputos e insultos. Hasta alcanzar redondos una de las imágenes más formidables de este juicio. El Mosso que abandonó un colegio como quien remonta los últimos metros del paseo marítimo extasiado en la compañía del amor y el viento, como quien talla en la corteza del sauce el nombre de la amada o recita por lo bajo los versos febriles de un Pedro Salinas, para vivir no quiero islas, palacios, torres. ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres! Allá se fue, rumbo al crepúsculo, cherokee de la libertad por el camino del búfalo, marinero en tierra, en una mano una urna y en la otra la manita pepelui de su queridísima novia. Si la desobediencia a las instrucciones de los juzgados y la más que general y presunta cooperación con el golpe no acredita la necesidad de una urgente desnazificación, qué podría.