Opinión
Democracia sin calle
«Alerta antifascista». El llamamiento tras las elecciones andaluzas por parte de Pablo Iglesias desde Podemos como toda respuesta al surgimiento de una nueva mayoría emanada de las urnas y como único análisis y autocrítica en clave interna al distanciamiento de aquellos a quienes dice defender se ha convertido, ahora abrazado por el radicalismo independentista en el «modus operandi» de los enemigos de la democracia en una campaña electoral que amenaza con revivir episodios que creíamos parte del pasado.
Ahora va a resultar que la primera referencia en los compases iniciales de campaña son los escraches y ataques contra algo que debiera ser un bien protegido y que no es otra cosa más que la libertad de los candidatos de todo signo para pedir el voto en plazas, calles y mercados. El boicot de muy contados, muy localizados y muy catalogados miembros del secesionismo radical contra el acto político de la Álvarez de Toledo en Barcelona no fue ni espontáneo ni casual, además de contar con la anuencia de las autoridades separatistas. El «simpático juego de calle» que se nos brindaba en Vic con el lanzamiento de dardos sobre la figura del Rey tampoco escapaba a una muy medida y consentida estrategia amparada en el «todo vale» contra las instituciones democráticas. El cerco por parte de la izquierda abertzale a los asistentes a un acto electoral de Ciudadanos en Rentería no era fruto de la improvisación.
Una campaña electoral en la que se toca a rebato para que las formaciones del centro-derecha no puedan desenvolverse libremente corre el riesgo de acabar dopada, no sólo por la incapacidad de PP, Ciudadanos y Vox para competir en igualdad de condiciones con aquellos que no son escracheados, sino por el riesgo de acabar lamentando episodios que en nada se corresponderían con el libre juego político.
El independentismo radical enarbola como provocación la mera presencia de dirigentes y candidatos constitucionalistas en territorios tan españoles como el País Vasco o Cataluña y sitúa como un desafío la sola presencia de banderas y símbolos nacionales. Un peaje a la libre expresión en las calles en función de como se piensa, que pone de manifiesto algo tan lamentablemente real como la existencia de un miedo no desterrado con el fin de la violencia terrorista. La esquizofrenia radical convierte a Álvarez de Toledo, Abascal o Rivera en provocadores y a los autores del acoso en víctimas, un argumento asumido por dirigentes de Podemos en otra demostración de que la máxima del populismo es reabrir heridas del pasado y horadar la convivencia entre españoles, por no hablar del indicativo silencio del PSOE. Habrá de ser el futuro gobierno quien tome nota, salvo que pretenda instalarse en la normalidad de que a la reunión de un Consejo de Ministros en Barcelona deba sumarse un contingente de seis mil policías. ¿Eso queremos?
✕
Accede a tu cuenta para comentar