Opinión
Subidos a un coche
A Mireia Boya, ex presidenta de la CUP en el Parlamento de Cataluña, le parece mal que el tribunal Supremo haya separado la causa en varias. A mí también. Pero por razones distintas que a la revolucionaria que abandonó la dirección del partido tras denunciar a un presunto agresor del que juraría no dió el nombre. Para Boya, cuya formación manda en pueblos donde ningún vecino osa presentarse por un partido ajeno a la cuerda secesionista, cuya formación triunfa y ordena en villorrios pintarrajeados de amarillo, donde se impone la pura ley del silencio y te gritan extranjero como intención de insultarte, los jueces tendrían que haber cosido todo bien junto.
Sea como fuere la mujer no ha tenido problema en describir cómo trepó al capó de un todoterreno de la Guardia Civil, aquel precioso 20 de septiembre en el que revolución todavía parecía posible, el golpe de Estado manifestaba la voluntad soberanista hecha lazo y los escraches a las secretarias judiciales sonaban como versos de Bretch.
De paso nos contó que ella solo subió allí, hasta la cresta del Patrol, para rogar a los presentes, los más jóvenes, fogosos, entusiastas, que el jolgorio no pasara a mayores. Yo, más circunspecto, me pregunto en cambio a qué demonios espera el presidente del Tribunal para parar la vista y ordenar que se tome declaración, como presuntos autores de uno o varios delitos, a quienes no dudan en autoincriminarse. A todos los que en estas semanas van y vienen de su casa al banquillo y de su corazón a las tertulias para explicar que, sí, desoyeron las instrucciones de la justicia, intimidaron a los policías, participaron en acosos, persecuciones, asedios y violencias, impidieron que pudieran cumplirse las órdenes del juez y, ya puestos, contribuyeron a dañar vehículos oficiales de la Benemérita. ¿Será que el espíritu de Miquel Iceta ya susurra razones de estado en los oídos de nuestros togados, que regala caramelos o una suerte de indulto general y previo, ¿casi una amnistía?, para solaz de usurpadores del espacio público, avispados gestores de la voluntad popular con independencia de lo que digan las leyes que nos dimos todos, iluminados portavoces del zeitgeist y alborotados leones de la libertad (propia) a costa de la libertad (del resto).
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