Opinión

Ladrones

La mayoría, cuando caía la tarde, decidimos dejar el carromato del Celorrio y emprender a pie el descenso de la Alcarama, unos por el bisel de la pista forestal y otros, los más lanzados, atrochando por la pendiente vertical del cortafuegos y, de paso, llenándonos los bolsillos de «cantalobos». La tarde era nubosa y apacible. El cielo, al asomar al Prado de la Majada, encima de la dehesa, nos bendijo con un ligero asperges. El pinar del Collado del Robledo desfigura el paisaje pelado de mi infancia. Prolifera después el sabinar y hay un jardín natural de bizcobos y escamujos floridos. No tardarán en madurar las fresas silvestres, que llamamos magüetas, entre los sabinos. Es ésta una de esas caminatas en las que lo que importa no es llegar sino el camino. Y eso que el camino conduce a Sarnago, que aparece nada más coronar el Cogote de La Hoya, abajo, agarrado a la ladera. Uno siente un calambre por dentro contemplando en primer término la iglesia derrumbada y casas y corrales con los tejados hundidos, que alternan, menos mal, con otras casas que lucen tejados nuevos, demostración gráfica de que el pueblo se resiste a morir.

Entro en la casa donde nací. Han vuelto a entrar los ladrones. Desde que el Gobierno cerró los cuarteles de la Guardia Civil los ladrones campan a sus anchas por los caseríos deshabitados o semivacíos de la España abandonada. Han entrado por la ventana que da al corral, el cuarto del reloj en el que llegué al mundo, han revuelto las viejas arcas del somero buscando tesoros imaginarios, han sembrado el suelo de papeles y libros antiguos destrozados y esta vez se han llevado la nasa, los candiles y las llares, y han intentado arramblar con la cantarera. ¡Lo poco que quedaba para alimentar la memoria del corazón! ¿Puede haber mayor crueldad? En la calle no hemos tropezado con un alma. La fuente estaba muda. Lo chocante es que, a estas alturas del año, no hubiera un pájaro. Ni ocetes, ni tordos, ni gorriones, nada. Sólo el silencio de las piedras. A la salida, antes de subir al coche, me he asomado al camposanto y me he alegrado al ver que junto a la pared del fondo a la izquierda ha florecido un rosal, el saúco está esplendoroso y un alma caritativa ha limpiado la tumba de mis abuelos -oscura mina de mis recuerdos- y ha dejado sobre la tierra un ramo de rosas artificiales. Ellos no saben que han entrado en su casa los ladrones.