Opinión

¿Universitarios sobrecualificados?

El ministerio de Ciencia acaba de publicar un estudio en el que se analizan las trayectorias laborales de los titulados universitarios que acabaron su carrera en 2014. Los resultados revelan que, en su primer año profesional, el 55 por ciento de esos egresados estuvo en paro, aunque cuatro años más tarde esta proporción se había rebajado al 27 por ciento. Además, durante su etapa inicial, un poco más de la mitad de los que consiguieron un empleo cotizaron a la Seguridad Social como no titulados. Y también esta ratio se redujo al cabo de los años hasta el 40 por ciento. Estos valores promedio ocultan una dispersión muy fuerte, de manera que los empleos son de más nivel en los campos de informática, ingeniería, matemáticas, ciencias de la salud, veterinaria y agricultura; y de menor nivel en las demás disciplinas, especialmente en derecho y humanidades.

Los autores del trabajo deducen de este panorama que hay un desajuste entre las cualificaciones requeridas por los empleadores y las obtenidas por los titulados universitarios, de manera que ello conduce a que muchos de éstos estén sobrecualificados en los puestos de trabajo que ocupan. No dudo de que este fenómeno exista, pero sí de que, de los datos expuestos, se deduzca su sobrecogedora dimensión. Mi impresión es que no se está teniendo en cuenta que, sobre todo desde que el llamado Plan Bolonia se puso en marcha, las carreras universitarias han experimentado, para una mayoría de estudiantes, un claro deterioro en cuanto a los conocimientos adquiridos y, por tanto, a su cualificación. Ello es así porque los actuales grados son más cortos que las viejas licenciaturas y la mayoría de los universitarios se quedan en ellos sin acceder al nivel del máster. Además, los planes de estudio –que ya no están sujetos a contenidos comunes para todas las universidades– han rebajado, en general, sus niveles de exigencia, especialmente en lo que a los contenidos conceptuales se refiere. A ello se añade el bajo rasero de la entrada en las facultades para una mayoría de alumnos, fruto de una selectividad poco rigurosa. Y además una parte de los alumnos acaban su carrera con aprobados por compensación de las últimas asignaturas que les quedan.

La consecuencia de todo esto es que nuestros titulados universitarios son, en la media, mediocres, tal como revelan los informes de la OCDE sobre las competencias de la población adulta. Por eso no están sobrecualificados para los empleos que ocupan cuando encuentran un trabajo. Al ministerio de Ciencia, en vez de despistarse en este asunto, más le valdría trabajar para hacer más exigentes los grados universitarios y mejor formados a sus alumnos.