Opinión

Ricos

Según un informe de la consultora internacional Capgemini, los ricos del mundo se encuentran en una situación de estancamiento o, tal vez, en el inicio de su decadencia. Así, el número de millonarios se redujo el año pasado en un 0,3 por ciento –o sea, en unos 100.000, de manera que ya son sólo 18 millones de personas– y su patrimonio en un tres por ciento –con lo que se queda en 68,1 billones de dólares–. Se ha roto así la tendencia creciente que habían experimentado ambas variables desde 2011. Y en España ha ocurrido casi lo mismo, pues en 2018 hay cien millonarios menos que en el año anterior –en total son ahora 224.200– y su riqueza ha bajado en un 2,4 por ciento –con lo que tienen, entre todos ellos, 637.300 millones de dólares–. Al parecer, la causa de este estropicio está en la volatilidad de los mercados bursátiles que se asocia a la incertidumbre sobre cuál vaya a ser el modelo productivo que emerja de un cambio tecnológico todavía impreciso.

Por lo que señala el mencionado consultor, los ricos no parecen excesivamente preocupados por esta situación y, de hecho, se muestran muy confiados hacia los gestores de sus patrimonios. No es para menos, porque esto de la riqueza va y viene en general sin grandes sobresaltos, incluso cuando los gobiernos se empeñan en hacer pagar a los ricos las facturas de sus desatinos sin darse cuenta de que, en un mundo sin trabas a la movilidad del capital, es fácil evadirse de tales pretensiones. Esto, en la izquierda, no lo quieren admitir porque, entonces, se quedan sin el chivo expiatorio de su voluptuosidad justiciera y, tal vez, de las papeletas de sus votantes. Pero se equivocan porque el afán redistributivo tiene poco premio y, en condiciones normales, los cambios en el reparto de las rentas son siempre muy moderados.

El historiador Walter Scheidel, en su obra «El gran nivelador», lo dejó claro: «Miles de años de historia se reducen a una simple verdad: desde los albores de la civilización ... es difícil identificar reducciones en la desigualdad material que no estuvieran asociadas de un modo u otro a sacudidas violentas». Es decir, al desmoronamiento de los Estados, las grandes epidemias, las revoluciones y la guerra. Scheidel añade que ninguna de estas fuerzas igualadoras está «al alcance de una agenda política viable; ... los cuatro jinetes se han bajado de sus corceles y nadie en su sano juicio querría que volvieran a montar». Es difícil resignarse a esta realidad y, por eso, debemos buscar soluciones de recambio que permitan abordar eficazmente el problema de la desigualdad.