Opinión
Consultas intrumentales
En la mayoría de los partidos políticos la democracia directa llegó para quedarse. La participación de la militancia en la elección de sus dirigentes, candidatos o en la toma de las grandes decisiones es una práctica que se ha ido generalizando, especialmente a raíz de la falta de credibilidad y la crisis política del último decenio. Incluso las organizaciones más reacias a usar el sistema han terminado claudicando, y dando voz a su militancia para elegir a dirigentes o candidatos a través de diferentes versiones de elecciones primarias.
En su mayoría los partidos políticos han superado los sistemas de democracia representativa, en que los representantes de las bases elegían a los órganos intermedios de dirección del partido, y estos a su vez a las direcciones que adoptaban las decisiones políticas y estratégicas. Los nuevos sistemas de primarias y consultas, han pretendido una relegitimación de las direcciones y de las candidaturas, con el siguiente reforzamiento de la democracia interna y con un evidente aumento del poder real de la militancia.
Aunque hay partidos políticos que tienen más experiencia en la aplicación del sistema y lo vienen utilizando desde hace tiempo, ha sido en los últimos años cuando su militancia ha tomado conciencia cierta de su poder real y de su capacidad de decisión y elección. Mientras que las nuevas organizaciones políticas, de alguna manera, nacieron en la cultura de la participación directa de militantes y simpatizantes en todo tipo de primarias o de consultas estratégicas. En muchos casos esas prácticas se han visto facilitadas por el uso generalizado de internet y por el aumento exponencial de la participación política a través de la red.
Esta nueva cultura de la democracia directa dentro de los partidos ha dado lugar a que sean las bases de las organizaciones, dentro y fuera de España, las que tomen decisiones trascendentales sobre alianzas o acuerdos de gobierno. Por ejemplo, los militantes del SPD germano votaron a favor de reeditar la gran coalición con la CDU/CSU, dando lugar a un nuevo gobierno de Angela Merkel. Nos encontramos así con la paradoja, casi inevitable, de que unas decenas de miles de ciudadanos, gracias al poder que les proporciona su compromiso partidario, tienen capacidad para tomar decisiones que afectan a millones de ciudadanos y al destino de un país.
El sistema tiene sus críticos porque es evidente que en ocasiones, la práctica concreta está degenerando en una suerte de manipulación descarada de las consultas, con la única finalidad de reforzar decisiones previamente adoptadas o avalar determinado tipo de ambiciones. En situaciones de bloqueo político como las que vive en este momento España, el sistema debería ser utilizado para facilitar el desbloqueo, preguntando sobre acuerdos o programas de gobierno, y no con el fin reforzar las diferencias entre las organizaciones. También es bastante evidente que el método no debería utilizarse para blanquear decisiones de índole estrictamente personal o patrimonial, por mucho que unas y otras afecten a la credibilidad de los dirigentes o a la coherencia de su discurso. Instrumentalizar la auténtica naturaleza democratica de las consultas internas en aras del interés de los dirigentes de un partido es una forma novedosa de ahondar en la crisis política, y de pervertir un sistema que vino para mejorar las organizaciones políticas y el propio sistema democrático.
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