Opinión

El fin de los demócratas

El que escribe estas líneas siempre ha sentido un enorme respeto por la trayectoria del partido demócrata. No se trata sólo de que es el partido más antiguo de los Estados Unidos sino también de que ha sido el impulsor de no pocas medidas de extraordinaria relevancia a lo largo de la Historia norteamericana. Precisamente por eso mismo comparto la inmensa desazón que ahora embarga a numerosos votantes, militantes y políticos del partido demócrata.

Secularmente, desde su fundación por Thomas Jefferson, el demócrata fue el partido del hombre corriente. Frente a poderosos intereses, sus filas pretendían defender al ciudadano común y sencillo y esa circunstancia explica, por ejemplo, que tuviera un más que notable arraigo en unos estados sureños donde se resistía la política de aranceles del norte, una política casi tan dañina como la que las oligarquías catalanas impusieron a los sucesivos regímenes españoles en favor suyo y en detrimento de toda España. Esa línea se ha alterado gravemente en las últimas décadas en que el partido demócrata ha dejado de ser el de la gente de la calle para apoyarse en la suma de minorías como la homosexual, la negra o la hispana. No es ya el partido del bien común sino el de grandes pesebrales pagados con dinero público.

Tal deriva –se mire como se mire, bien negativa– ha entrado en desplome en picado al dar entrada a un sector de radicales de izquierdas que se autodenominan socialistas democráticos y que recuerdan deplorablemente las posiciones del actual PSOE y de Podemos. Semejante delirio va de retroceso en toda Europa –salvo España– pero en Estados Unidos constituye simplemente un suicidio político. Naturalmente, los demócratas podrán conservar circunscripciones de mayoría negra o mexicana, contarán con el respaldo de los antifas o los gays, pero se han condenado a perder el respaldo de la mayoría de un pueblo como el americano que vota no como los miembros de una secta sino con un sentido pragmático innegable.

Si el partido demócrata sigue siendo percibido por la mayoría de los votantes como el partido de las dos congresistas con el velo islámico, de Ocasio –a la que llaman O, Crazy– y de las puertas abiertas a la inmigración, no regresará a la Casa Blanca. Lo anuncio ya: salvo que la economía empeore gravemente, Trump ganará las próximas elecciones y la causa principal serán los demócratas.