Opinión
¿La hora de Pablo?
La ceremonia de no investidura, con la que Pedro prolongaba sin fecha cierta los casi tres meses de asueto político, iniciado en abril, nos dejaba el ya habitual balance, tragicómico y frustrante, de tantas y tantas representaciones parlamentarias. Aunque buena parte de la sociedad, con la CEOE, en vanguardia, experimentó un notable alivio. La pesadilla de un Gobierno frentepopulista, en connivencia con los separatistas, quedaba en suspenso, de momento.
Los protagonistas de la función habían interpretado sus respectivos papeles: Sánchez, el de víctima de la ambición desmedida de UP y la obstrucción total de Cs, PP y Vox. Pablo, el paladín de los nacionalismos nocivos disfrazados de naciones y nacionalidades, insolidarios y antisistema, socapa de coherencia, no había logrado acceder a un gabinete ministerial con esencia y presencia; dimensión y sustancia suficientes para colmar las aspiraciones de los suyos. Albert, se mostró como un opositor irreductible; acaso con un punto de sobreactuación. Santiago, con sus límites de todo tipo. Los nacionalistas y las otras izquierdas encanalladas estuvieron a lo suyo, entre el chantaje y el arrebato de cuanto pudieran sacar. O sea, como siempre. El otro Pablo, el apóstol de los gentiles, en el afán por engrosar las filas de sus fieles, anduvo en la oposición a lo que calificó como a una amenaza para España y para la monarquía democrática.
Pero tras el fracaso de Pedro y el consiguiente atasco había que salir del atolladero; cuya responsabilidad, como es sabido, corresponde siempre a los otros. ¿Cabía intentar algún acuerdo? Rotundamente sí, al menos en teoría. Veamos: opción a) el candidato, nada cándido y muy capaz de hacer un día lo contrario de lo prometido el anterior, cede ante Iglesias «obligado» por la derecha intransigente. Opción b) lo mismo, pero con el añadido de otras formaciones minoritarias y el diputado norteño, que ya se le había entregado. Opción c) Sánchez promueve un pacto con Rivera y Casado para un proyecto de gran alcance; algo que Jorge de Esteban apuntaba el otro día. Esto sería lo inteligente, pero no estamos en esa onda. Claro que la ignorancia, decía Vives, tiende a establecer la más dura y lóbrega de las esclavitudes. Salvo, me atrevo a decir, que esto pase inadvertido por la conversión previa de los potenciales esclavos en ignorantes.
Opción d) Casado ofrece a Sánchez su abstención. Desde luego sería una salida para el corto plazo, ¿pero...?. Pablo, el genovés, incrementaría su fiabilidad demostrando que un político de nuestros días puede estar al servicio de España. No sería fácil. Debería convencer o, al menos, someter a los suyos. Conseguir de Pedro algunos compromisos fundamentales, en relación con el tema catalán y otros asuntos, en educación, economía... etc. Minimizar efectos negativos colaterales. Presentar su gesto a la opinión pública de la manera más rentable. Pero después del espectáculo del 22, 23 y 25 de julio, estaba en mejores condiciones que sus contrincantes para dar ese paso. Tenía la oportunidad de empezar a ser alguien de esa especie, casi extinguida, que llamamos «un hombre de Estado».
Ahora parece más complicado pues cayó en la trampa del recurso fácil. El sí, pero no. Su oferta de abstenerse si el PSOE presenta otro candidato es una burda triquiñuela, un brindis al sol, con el cual dilapida su credibilidad. Peor aún, reafirma la desgraciada imagen de que nuestro país está en manos de cuatro egotistas incapaces, él entre ellos.
En todo caso la alternativa para salir del atasco institucional puede ser peor. La amenaza de elecciones lanzada por los voceros del PSOE, advirtiendo a sus rivales con el desastre que les esperaba en caso de consulta popular, no ha despertado, curiosamente, el entusiasmo de la mayoría de los socialistas que viven entre Pedro y las bases. Y eso que Tezanos acudió raudo, a lomos de su Club de Informaciones Sicofánticas en apoyo de las hipótesis de Ferraz. Sus augurios, tan desmedidamente favorables, acabaron generando la desconfianza del entorno sanchista.
Poco a poco el fervor «consultivo» ha ido cediendo terreno. Las huestes de Iglesias, empleadas en el ejercicio del cobro y no trabajo, temen un futuro peor. No digamos el eximio economista Garzón, que a fuerza de intensificar la unidad en su Izquierda Unida, lleva camino de quedarse con un único voto. Entre las tropas de Ciudadanos no corren los mejores vientos para más fines de semana urnísticos. Y los de Génova tampoco atesoran certezas suficientes, como para acudir a preguntar a los votantes qué les parece el panorama que están ofreciendo entre todos.
El país no está para juegos y dilaciones paralizantes. La CEOE lo advierte cada día. En casi todos los sectores sociales se piden soluciones desde el sentido común (claro que esto, a estas alturas, resulta por lo menos divertido). El Rey ha dado una vez más ejemplo de prudencia. ¿Pero...?
Una sola cosa parece segura en este marasmo de incertidumbres. Sí finalmente no se convocan nuevas elecciones no será por el interés de España; ni por los 544 millones de euros que cuestan los comicios. Será simplemente por la soberbia y la ambición de unos sujetos no aptos para la POLÍTICA. ¡Mire que si después de todo hay elecciones y seguimos igual!
Pablo, la situación es complicada, pero puede que sea tu hora y la del PP. La capacidad se demuestra en horas difíciles.
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