Opinión
Hong Kong: evitar un Tiananmen-2
Para llegar a los servicios de control, los pasajeros del aeropuerto internacional de Hong Kong ahora tienen que pasar justo al lado de unas enormes barricadas de plástico llenas de agua levantadas por los servicios de seguridad para evitar nuevos altercados. El aeropuerto Chek Lap Kok gestiona más de 1.000 operaciones diarias, lo que explica las 48 horas de caos que se vivieron por la cancelación de todos los vuelos programados debido a que una buena parte de las instalaciones pareció, por unos momentos, una auténtica zona de guerra donde se enfrentaron a golpes los manifestantes anti-Pekín con las fuerzas antidisturbios.
Fu Guohao, reportero de Global Times, un medio de comunicación estatal chino, fue atado y apaleado por la turbamulta que le acusaba de ser un espía colaboracionista. El lamentable suceso se convirtió en el más gráfico colofón de un largo verano de descontento ciudadano en Hong Kong que ha ido aumentando en temperatura desde que arrancó el 9 de junio. Once semanas después, las movilizaciones no han concluido y amenazan con tener graves efectos geopolíticos.
¿Cómo se desató la violencia? A medida que pasaban los días la policía daba muestras de estar cada vez más cansada. Por su parte, los manifestantes, mayoritariamente jóvenes, empezaron a mostrarse más agresivos, tirando objetos a los agentes. Incluso lanzaron una bomba incendiaria a la entrada de una comisaría. Las fuerzas del orden público replicaron utilizando métodos mucho más expeditivos. Se vistieron como sus adversarios: camisetas negras y cascos amarillos y se infiltraron entre la multitud para localizar y atrapar a los presuntos responsables de las algaradas. En las últimas dos semanas la policía ha empleado más gas lacrimógeno y pelotas de goma que en los dos meses previos juntos. Y ya no tiene problema alguno en disparar gases a corta distancia o incluso en lugares cerrados, con el evidente peligro que eso conlleva.
Lo que le ocurrió a una joven, alcanzada en un ojo aparentemente por un cartucho de postas durante una manifestación convocada el 11 de agosto, cambió por completo la dinámica de una protesta originalmente planeada para tres días en el aeropuerto internacional. Las dos primeras jornadas fueron relativamente tranquilas. Los manifestantes gritaban “¡Bienvenidos a Hong Kong!” a los viajeros que salían de la aduana y les entregaban folletos con los detalles de sus demandas prodemocráticas, se disculpaban por las molestias ocasionadas y les explicaban a los visitantes que intentaban defender un Hong Kong libre y abierto a todos. El 12 de agosto, a través de las redes sociales, se pidió a los habitantes de la región que se dirigieran al aeropuerto, mostraran su solidaridad con la mujer herida, que puede perder el ojo, y protestaran contra el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía. Las áreas de salidas y llegadas quedaron inundadas de gente, llegada a miles por tren y carretera. Se propagó el rumor de que algunos de los manifestantes podrían intentar interferir el control del tráfico aéreo. Todo ello provocó la clausura aeroportuaria y la explosión de violencia.
El cierre temporal del octavo aeropuerto más importante del mundo por número de pasajeros evidencia el creciente coste no sólo político sino también económico que está sufriendo este relevante centro financiero asiático a consecuencia de esta seria crisis. Lo que empezó siendo la oposición a una controvertida ley que autorizaba a los sospechosos detenidos en la excolonia británica a ser extraditados a China se ha transformado en una revuelta popular en toda regla contra el debilitado Gobierno local y por extensión contra el control mismo de Pekín. Las exigencias de los manifestantes incluyen la retirada completa de la ley de extradición y ya no su suspensión, así como la apertura de una investigación independiente. También demandan la democracia total para el territorio —la Región Administrativa Especial de Hong Kong—, algo inaceptable para el régimen comunista.
La escalada de la tensión sirvió para que Pekín elevara y endureciera el tono de su relato. Primero advirtió que las manifestaciones mostraban “los primeros signos de terrorismo”, una palabra tabú que no trae nada bueno consigo. Luego, en Londres, el embajador chino ante el Reino Unido, Liu Xiaoming, se encargó de denunciar ante las cámaras que “manos negras extranjeras” estaban detrás de la revuelta y exigió que esas manos dejaran de inmiscuirse en los asuntos internos chinos para “no dispararse en su propio pie”. Sin citar a nadie, Liu se estaba refiriendo a Washington y sus aliados en la región. Antes ya habían recordado las autoridades chinas que legalmente podrían movilizar al Ejército Popular de Liberación para sofocar las protestas. Al final, el presidente Xi Jinping decidió pasar a la acción. Un canal de televisión estatal chino difundió un vídeo que mostraba, sin sutileza alguna, a cientos de soldados de la policía militar participando en un gran entrenamiento antidisturbios desarrollado en un estadio de la ciudad de Shenzhen, cercana a la frontera con Hong Kong. También se conoció el movimiento de tropas blindadas por la zona. La mera sugerencia de que las fuerzas armadas chinas pudieran intervenir en un territorio que recibió un alto grado de autonomía política tras ser devuelto a China por los británicos hace 22 años desató la alarma en Canadá, Australia y Estados Unidos. Hasta el propio presidente Donald Trump, consciente de la gravedad de la situación, tuiteó mensajes de contención donde planteaba la necesidad de encontrar una solución “humana” y, más concretamente, la opción de que Xi se reuniera en persona con los manifestantes de Hong Kong.
El despliegue de tropas militares supone una inequívoca demostración de fuerza para atemorizar a la población de Hong Kong, y desinflar los efectos del movimiento prodemocrático. Como sostiene el veterano consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton, la entrada del Ejército chino en la isla significaría un error mayúsculo, precisamente ahora que Pekín y Washington negocian las condiciones de un armisticio en su guerra comercial. No debería haber un Tiananmen, parte 2. Por el bien de Asia y del mundo entero.
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