Opinión

Semilibertad

¿Son suficientes 22 años en la cárcel para que un hombre que cometió 24 agresiones sexuales contra mujeres y que fue condenado a 271 años de prisión pueda abandonarla y llevar un régimen de vida en semilibertad? Es la pregunta del millón. Sobre todo si se tiene en cuenta cuántos agresores sexuales salen de prisión y vuelven a empezar su ronda de fechorías. Lo más complicado es saber si, realmente, una persona que comete agresiones sexuales de manera reiterada es capaz de reciclarse en una persona normal alguna vez. Hay quien dice que no. Esa suposición de que, aunque quiera –si es que quiere– «no se cura», que dicen tantos, tiene revuelta a la capital malagueña, que vivió el pánico de aquellos desagradables sucesos entre 1997 y 2002, y que ahora no puede evitar recordarlos y temer las consecuencias de la reinserción social y legal de su protagonista. Sobre todo, porque el juez de Vigilancia Penitenciaria que ha estimado el recurso de alzada interpuesto por este interno lo ha hecho en contra de la resolución de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, que acordó que continuara en segundo grado. Frente a la decisión del juez, ellos aducen que no concurre al pronóstico favorable de reinserción social. Un criterio que comparte la Fiscalía y las víctimas comparecidas. La delgadísima línea que el preso ha saltado, con un ligero brinco, le ha sido facilitada por el juez. Y habrá que pensar que tiene motivos para hacerlo y para dormir por la noche con tranquilidad. De momento, los que no lo hacen, inquietos, son los mismos malagueños a los que este hombre, que ahora volverá a convivir con ellos, les convirtió sus vidas durante años, en una auténtica pesadilla.