Opinión
"Cateando" ante el Rey
La estadística y la tozudez de los números dejan poco margen para lo opinable, por mucho que siempre haya quien exprima la imaginación y retuerza la realidad para justificar algo tan poco justificable como la inacción de unos políticos –con el aspirante a ser investido a la cabeza– que siguen muy lejos de estar a la altura del que probablemente sea el monarca mejor preparado de nuestra larga historia. El Rey Felipe VI afronta hoy lunes en tan solo cinco años de reinado su séptima ronda de consultas con el elenco de representantes de los partidos de turno para pulsar el acuerdo general de gobernabilidad. Probablemente sean muchas consultas –demasiadas tal vez– para este cometido en una etapa que, de concretarse la nueva cita con las urnas del «10-N», nos está saliendo a los españoles a unas elecciones generales por año y en contraste con las once rondas –solo cuatro más– que el actual rey emérito Juan Carlos I llevó a cabo para encargar a un candidato a La Moncloa la búsqueda de apoyos durante nada menos que cuatro décadas al frente de la Jefatura del Estado, todas ellas con el resultado de investidura satisfactoria.
El contraste de siete rondas en cinco años frente a once en treinta y nueve, no dice nada ni en favor ni en contra de uno o de otro monarca, pero sí viene a establecer una clara diferencia entre la situación de bipartidismo y de más o menos sólidas mayorías imperante años atrás, frente a una mayor «pluralidad» actual en el arco parlamentario que en términos reales, más allá de alimentar el obligado espíritu de pacto y de diálogo, en lo,que se ha convertido es en una tenaza de constante bloqueo. A esta dificultad añadida para el reinado de Felipe VI se suma algo tan poco menor como la incapacidad de unos políticos actuales, que lejos de repasar algunas lecciones a efectos de generosidad y altura de miras, permanecen instalados en el cortoplacismo táctico, el interés partidista casi siempre alejado del interés general y una obsesión por la demoscopia que acaba ubicando la realidad política a años luz del día a día ciudadano con todas sus preocupaciones.
El fracaso político a efectos de lograr una investidura se sitúa por lo tanto en el tejado de los partidos, no del rey cuya potestad esta claramente acotada por el artículo 99 de nuestra constitución y a pesar de que, tal vez en un rictus de impotencia y premura este mismo verano Felipe VI se lanzase a hacer un llamamiento poco habitual en su papel, para que los implicados en la tarea consiguieran forjar de una vez por todas un gobierno estable. El brete al que se aboca al monarca tampoco es nuevo teniendo en cuenta que ya Rajoy renunció a afrontar su investidura en previsión de un nuevo reparto de cartas que le diera más fuerza y argumentos, aunque lo ocurrido en estos siguientes cuatro años demuestra que al final lo que se impone es la inestabilidad política con unas tal vez imprevisibles. El rey les tendrá que «catear».
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