Opinión

Elecciones como truco

Son tres años ya sin Gobierno sosegado. Primero, la imposibilidad de hacer Ejecutivo con Rajoy y el año en barbecho. Después, la mini legislatura con moción de censura. Luego, el minigobierno de Sánchez, sin urnas. Y ahora, todos estos meses en funciones. Se acumulan los asuntos sin solución, desde los problemas migratorios (menores mal tutelados, trabajadores sin trabajo) a las inundaciones o cuadros que se pierden por falta de una oferta nacional (el Botticelli de Cambó, en venta en Londres), sencillamente porque los ministros están a otras.

Iríamos con brío y alegría a las urnas si sirviese para algo. Pero las encuestas se parecen todas: aunque suba el PSOE, no va a tener la izquierda unida votos suficientes para gobernar. Así que el resultado será vuelta a la negociación. Un tiempo y unos gastos electorales que no podemos permitirnos.

La crisis está asomando peligrosamente la patita. Han bajado las exportaciones: los clientes fuera van perdiendo también el fuelle. Viene el Brexit, con todo lo que va a conllevar para España. Bajan las ventas de coches, el turismo, el negocio inmobiliario. Y ocurre todo cuando hay en lontananza un movimiento secesionista que amenaza con eclosionar de nuevo en el momento en que, a finales de octubre, salga la sentencia contra los golpistas del 1-O. Afrontaremos todo esto a las bravas. Sin Gobierno.

A nadie le conviene. Ni a los trabajadores que van a ser despedidos, ni a las empresas que empezarán a tener problemas, ni a Cataluña, cada vez más empantanada en un clima de animadversión social y deterioro económico. El único que puede sacar provecho es el PSOE de Pedro Sánchez. Así que no es extraño pensar que lo tiene calculado. Que ha ido labrando este escenario con la tenacidad con que pergeñó su vuelta al partido o la defenestración de Rajoy. Vamos a comicios porque él los ha buscado. Porque ganará algunos escaños y deteriorará a sus rivales, en particular Podemos y Ciudadanos. Y, si todo sale tan mal en Cataluña como parece, estará dispensado de intervenir contundentemente y podrá proponer –a un lado y a otro– una solución.

Naturalmente, optar por estas penosas urnas exige menospreciar un pilón de realidades. A saber, el cansancio de un pueblo desfondado. La incertidumbre de los mercados. El desgobierno en período de recesión. El peligro de un nuevo golpe independentista. Es muy duro pensar que al futuro presidente todo esto le importa menos que su carrera política. Es tan extremo como imaginar que una persona narcisista y egoísta está llamada a gobernar los destinos de todos sin anteponerlos a los suyos. Un presidente, me temo, que usa las elecciones como uno de sus muchos trucos personales hacia la gloria.