Opinión
La izquierda caníbal
En las elecciones a la Asamblea de Madrid del pasado mayo, el PSOE, Unidas Podemos y Más Madrid no alcanzaron la mayoría que les habría permitido gobernar la Comunidad. El resultado es consecuencia de la competencia entre tres organizaciones que habían acabado haciendo a la ciudadanía una propuesta similar en lo sustancial. Es uno de los peajes que el PSOE habrá tenido que pagar por neutralizar a Podemos en el horizonte de las elecciones del 10-N, si es que se cumplen las encuestas que, de media, sitúan a UP en el entorno del 13 % de los sufragios. Es el porcentaje que le corresponde a un partido testimonial o de protesta, que es en lo que se habrá convertido Podemos, aquel partido de jóvenes «idealistas» universitarios que iba a asaltar la Moncloa para importar a nuestro país la revolución bolivariana que tanto admiraron, y tal vez sigan admirando.
Después de estos años de ensayo izquierdista, hemos llegado por tanto al punto en el que luchan por la izquierda un PSOE podemizado, aunque adversario sin matices de Unidas Podemos, y un antiguo Podemos resquebrajado en múltiples grupos regionales, más o menos filonacionalistas, que apenas aguantan el liderazgo de Pablo Iglesias y cuyo programa ha sido absorbido en el Programa Común Progresista exhibido a modo de carta de presentación electoral por el PSOE. Por si fuera poco, ha venido a añadirse a esta lucha un nuevo contendiente, exactamente desde el mismo momento en el que Sánchez dio por terminada la legislatura.
Se trata de Más Madrid –es decir de Íñigo Errejón y su grupo–, que deberá ahora decidir las circunscripciones en las que se presenta. Probablemente será aquel puñado de provincias donde más posibilidades tenga de sacar algún diputado (Valencia entre ellas y, sin duda, Madrid), que es justamente en aquellas donde más daño puede hacer a UP. Errejón renueva un estilo clásico de intelectual (de izquierdas) fascinado por la política, con un bagaje más propagandístico que de verdad teórico y reflexivo a sus espaldas. Servirá de reclamo para unas clases medias altas, más o menos cultivadas y también perdedoras de la globalización aunque no tanto en su nivel de vida como en sus pretensiones ideológico culturales.
Así que la maniobra de Errejón se configura, más que como una auténtica novedad –la de un supuesto populismo de rostro humano, es decir, selecto y elitista–, como una venganza contra quien ha frustrado sus expectativas. No ya las de asaltar los cielos, sino las de alcanzar el gobierno y, al menos, quitarle el sueño a Sánchez. También le sirve a este para culminar, o intentar garantizarse, el éxito de su operación de anulación de UP, al suscitar en su mismo campo un adversario que no perdonará nada a quien fue su amigo y su compadre, y con el que está dispuesto a no tener más relación que la estrictamente destructiva.
Otra cosa será contemplar cómo Sánchez y el PSOE, una vez plantada, regada y abonada la semilla de la traición en el campo de lo que quiso ser el populismo de izquierda, se las arreglan para amansar a quien amenazará con convertirse en un radical libre en la esfera socialista, de ambición crecida por el papel que se le ha incitado a jugar. Tal vez resulte más fácil de lo que pueda parecer y, en cualquier caso, la integración de Errejón en la órbita del PSOE completa, como un trofeo de caza mayor, la lista de éxitos del secretario general del PSOE y presidente del Gobierno en funciones.
Efectivamente, Sánchez podrá presumir –ya lo empezó a hacer con su referencia a ese 95% de españoles que comparten sus inquietudes ante UP– de haber acabado con el monstruo que iba a hacer de España el escaparate europeo del chavismo o, en general, del populismo latinoamericano. Hacía falta la audacia de Sánchez para neutralizar a UP como lo ha hecho, asimilándolo y, al mismo tiempo, aprovechando la vanidad de su líder. La tarea venía facilitada por la tradición demagógica y radical del propio socialismo español, de la que Sánchez se proclama heredero. También procede de la escasa entidad de UP, de un populismo timorato, sin cuajo para levantar la bandera del pueblo español, y empantanado en unas fantasías entre preuniversitarias y televisivas.
Si el plan tiene éxito, Sánchez habrá conseguido reunificar buena parte de la izquierda nacional. Lo hará, eso sí, al coste de haber llevado al límite algunas instituciones y algunos de los mecanismos constitucionales más esenciales. Sobre todo, habrá vaciado de credibilidad cualquier propuesta política destinada a construir de nuevas los grandes pactos nacionales que necesitará nuestro país ante el desafío independentista. Por lo que llevamos visto, no habrá que menospreciar la capacidad de Sánchez para la reinvención.
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