Opinión

Partido hasta mancharse

Uno siente algo más que vergüencita cuando la gente denuncia que una ciudadana, Paula, no ha explicado su militancia política antes de pasar a demoler donde Ana Rosa los fundamentos del nacionalismo etnolingüístico. Como si los reporteros no tuvieran otra cosa que urdir montajes en directo. O como si la realidad pudiera amoldarse a los delirios de unos sujetos incapaces de explicar la historia sin maliciar fenómenos paranormales. Y resulta perfectamente ridículo exigir que la entrevistada entre en directo con la cartilla de sus filiaciones políticas por delante. Que en el caso que nos ocupa no van más allá de haberse presentado de relleno, por lealtad constitucional, en las listas del PP en Gavà, donde por supuesto no salió, y de trabajar como responsable de programación en una entidad tan a contrapelo del mainstream catalán como CLAC, el Centro Libre Arte y Cultura fundado por Francesc de Carreras, Félix Ovejero, Ignacio Vidal-Folch, Manuel Cruz y Miriam Tey y presidido por la catedrática de Derecho Constitucional en la UAB, Teresa Freixes. Pero tampoco vamos a solicitar mesura a una gente persuadida de que el CNI maquinó los atentados de las Ramblas o sentido del ridículo a Bea Talegón, que anda por las redes con la fotografía de una cena de Paula en compañía de Cayetana Álvarez de Toledo, Arcadi Espada e Iñaki Ellakuría. También leo en un panfleto, ElNacional.cat, que «La tal Paula ni es neutral, ni la han encontrado “por casualidad” ni es la voz anónima de la calle». A lo peor creen que la neutralidad es una postura elogiable cuando toca elegir entre el totalitarismo y la democracia. Puede que incluso piensen que existe una purísima voz de la calle y que, por supuesto, ésta sólo puede homologarse como tal cuando rema a favor del golpismo o, vaya, cuando exhibe la fina equidistancia de los partidarios de apaciguar al dragón dándole de cenar vitaminas. De fondo laten los escrúpulos de muchos exquisitos con un compromiso político que aspiran a explotar en régimen de monopolio. Confortablemente instalados en la poltrona de una rebeldía cosmética y unos presupuestos que siempre ayudan al que no pía, llevan fatal que el antifranquismo en la Cataluña contemporánea sea patrimonio de quienes como Paula denuncian el fanatismo de los patriotas y la obscena pretensión de que las víctimas «dialoguen» con su verdugo frente al cadalso.