Opinión

Pedro y el fiscal

N o es bocazas, ni se calienta. Lo que le pasa es que tiene un concepto patrimonialista del poder. Pedro Sánchez ha puesto un palo en la rueda de la Justicia española en un momento delicado. Gracias a su comentario sobre el control que ejerce sobre la Fiscalía, ha conseguido un punto para Puigdemont y una escalada de la desconfianza europea sobre la separación de poderes en España. Precisamente el mismo día en que el Reino Unido ha anunciado que no activará la euroorden contra la también fugada Ponsatí, «por considerarla excesiva».

Desde que cambió el colchón del dormitorio de la Moncloa, Sánchez ha convertido España en su tálamo. Él «lo vale». Vale los constantes desplazamientos en falcon, vale hacerle una pedorreta a las pruebas de que copió la tesis, vale usar los viernes el consejo de ministros para su campaña electoral, usar la web de Moncloa para hacer propaganda de sus mítines o mentir sobre la situación económica, al estilo Zapatero. Sencillamente, no respeta la institucionalidad del Estado, ese concepto que nos hace conscientes de que nada en España es nuestro, que todo es de todos. Por eso usa el CIS como si fuera suyo, se blinda con descaro cuando acude a Cataluña (mientras su ministro dice que por allí se pasea con tranquilidad) o reitera que las revueltas de los pasados días –con 300 policías heridos– se han afrontado con «proporcionalidad». La proporcionalidad es siempre para los otros, él se pertrecha en su coche como si estuviese en el Líbano, y los policías, que arreen.

Ni siquiera se molesta en disimular. Hay una absoluta falta de pudor en este hombre, casi una temeridad. ¿Quién le aconsejó que cerrase su minuto de oro en el debate hablando de la «fuerza de la verdad»? ¿Qué verdad? ¿La de Tezanos, la de su tesis, la de las ideas actuales que su ministra tiene el descaro de decir que han cambiado porque antes «no era presidente»? Me pareció estremecedora su frase sobre la verdad.

Es difícil saber qué grado de control tiene el Ejecutivo sobre la decisiones del fiscal general, pero todo esto no ha contribuido a aclararlo. Durante el juicio de los golpistas el presidente declaró que los magistrados y el ministerio público eran perfectamente independientes. Ahora ha dicho lo contrario, para alborozo de los independentistas. Nos quedan, pues, una mancha sobre la credibilidad de la democracia española, una satisfacción innecesaria al secesionismo y una duda sobre la verdad de las cosas. Supongo que a Pedro no le importa nada esto último, sólo así cabe hablar de la verdad con tanto cinismo. Sólo un embustero hace estas cosas sin sonrojarse.