Opinión
Con Rivera no
Albert Rivera, que lamentablemente acabó por entender la política como una olimpiada personal, ya no será el malo de tebeo al que la izquierda adolescente amaba odiar. Los irresponsables ya tienen enfrente una derecha nacionalista a la altura de su incapacidad para entender qué es y a qué se dedica el nacionalismo. Ramón Espinar lo ha despedido con palabras que retratan bien los problemas casi irresolubles de la izquierda española. «Es, seguramente, el político que más me ha hecho revolverme en mi silla escuchándole hablar». Ciudadanos, y junto al partido el líder que nació para sajar el avispero de la política catalana, pretendía desmontar las claudicaciones de quienes amparan las peores ideas respecto al origen de la comunidad política, envenenada de esencias. Ciudadanos reivindicaba los paradigmas de las revoluciones democráticas y, al igual que el viejo Marx, apostaba a que los políticos tomasen decisiones atendiendo al mundo real. Como me explicó el año pasado la psicóloga Susan Pinker, autora del clásico «La paradoja sexual», «todavía parece una idea radical contemplar las evidencias científicas y considerar seriamente qué parece funcionar y qué no y tratar de aplicarlo», sin olvidar que «cualquiera que centre todo en la ideología y se niegue a explorar nuevas ideas corre el riesgo de operar en un marco mental totalitario, donde aquellos que no encajen serán tildados de traidores». Si a Espinar un político como Rivera lo ha revuelto más que nadie es porque ponía en solfa la sonrojante puerilidad, las oceánicas insuficiencias de una izquierda congelada en los marcos de hace medio siglo. Ciudadanos tuvo la audacia de discutir desde el racionalismo estricto los amuletos que en España justifican la desigualdad. Les ponía de los nervios porque enmendó los esclerotizados paradigmas, las malas lecturas, los prejuicios. Vox, en cambio, juega a lo que Espinar y el resto entienden. La testosterona ideológica, las recetas automáticas y el fortalecimiento de un nacionalismo que asumen como comodín imprescindible del ecosistema político y herramienta necesaria para aislar a la derecha liberal. Con Rivera no, gritaban en abril los militantes a los que pagan con bocadillos. No hemos exhumado a Franco para debatir sobre las imposturas intelectuales que denunciaban Sokal y Bricmont o discutir de la violencia, el cambio climático, el futuro de Europa, los derechos de los animales o el libre albedrío con datos y números. Mucho mejor, más familiar, con Abascal enfrente.
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