Opinión
Una ignominia
En los días malos del golpe, tardes de manifiestos que denuncian el «conflicto» como si fueran Jon Idígoras cuando después de que cada zambombazo, con las vísceras de los niños todavía sobre las aceras, hablaba del «contencioso España vs Euskal Herria», en los días tristes en que los cobardes, los comemierdas y los canallas indican alarmados la existencia de un «problema político» en Cataluña, como si el golpe de Estado de Franco o la siniestra astracanada del 23-F hubieran tenido motivaciones, no sé, gastronómicas, numismáticas o futbolísticas, en las noches oscuras de contemplar a Jordi Évole bromear sobre aquello que no mereció una punzante risita suya durante años, en estos días aciagos de la rabia y el cólera, sí, alguien me recuerda que allá por 2017 el 47% de los universitarios vascos desconocía quién fue Miguel Ángel Blanco. Imagino que desde entonces la cifra habrá crecido. Piénsenlo por un momento. Casi todos nuestros intentos por explicar los mecanos de la democracia, casi todos los esfuerzos por defender el Estado de Derecho ante las agresiones de la termita secesionista, mueren de un estacazo si uno de cada dos estudiantes en las universidades del País Vasco no tiene ni idea quién fue el concejal Blanco o qué le sucedió. Sólo a partir de ahí, de esa niebla roja y tóxica, de esa ponzoña lotófaga que anula la memoria, resulta posible considerar seriamente las enfáticas peticiones por la reconciliación entre las víctimas y los totalitarios, los monstruosos intentos por situar en plano de igualdad moral las actividades de ETA y las de sus asesinados. Sólo si desconoces la historia de aquel secuestro, la despiadada ejecución, la conmoción que estremeció España como si hubiéramos tragado un cable de alta tensión, sólo si pretendes levantar la iglesia del futuro sobre un olvido que tiene muy poco de piadoso y mucho de interesado, carroñero y obsceno, puede entenderse que vengan luego los de los memorándums de la tortura y los manifiestos de intelectuales a contarte milongas sobre el «diálogo» y el «conflicto» y la «judicialización de la política» y blablablá. No sé dónde estaban ustedes durante las angustiosas 48 horas que duró la búsqueda de Miguel Ángel Blanco. Pero supongo que jamás imaginaron esta amnesia colectiva, este sucio sudario de olvido. Los reyes del pintxo, los jubilados que gritan por sus pensiones, callan y olvidan. Detrás viene Chomsky con sus manifiestos.
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