Opinión
Suez, el Canal que transformó el Mar Mediterráneo
Marc Español
Unos 70.000 barcos atraviesan esta emblemático infraestructura, que cumple ahora 150 años, para pasar del Mar Rojo al Mediterráneo de forma rápida. Pero no sólo los navíos cruzan. Se calcula que más de 400 especies marinas “invasoras” han provocado extinciones locales en el mare nostrum. En la parte oriental, la ratio de especies foráneas por especies autóctonas es ya más elevada
SUEZ – En el muelle que sobresale del extremo norte de Puerto Tawfiq, un suburbio de la ciudad egipcia de Suez, un buque mercante de proporciones difíciles de asimilar a simple vista aguarda, inmóvil, su turno. Se encuentra en el punto donde las aguas del Mar Rojo se adentran hacia el emblemático Canal de Suez, que lo conducirán a través de apenas 160 quilómetros hasta el Mar Mediterráneo.
Desde el desdoblamiento de uno de los tramos del Canal a mediados de 2015, cerca de 70.000 embarcaciones han cruzado sus aguas en sendas direcciones, transportando a bordo millones de toneladas de cargo, según el recuento de la Autoridad del Canal de Suez (ACS). En los últimos diez años, la cifra de navíos supera los 150.000.
Pero ellos no han sido los únicos en cruzar. Cuando se cumplen 150 años desde la apertura del Canal de Suez, inaugurado un 17 de noviembre de 1869, se estima que han llegado al Mediterráneo a través de este paso artificial más de 400 especies marinas, conocidas como especies lessepsianas por el diplomático francés y promotor de la obra, Ferdinand De Lesseps. Una migración mayúscula que muchos estudios consideran la responsable del mayor cambio biogeográfico que está teniendo lugar actualmente en el mundo.
La mayor parte de estas nuevas especies lessepsianas se confinan en las costas de países del Mediterráneo oriental como Israel, Turquía y Líbano, que registran la menor riqueza de especies autóctonas. Pero algunas de ellas se han detectado también en el otro extremo del mar, incluido el litoral mediterráneo español, en el que tradicionalmente la llegada mayoritaria de especies foráneas procede del transporte marítimo y no del Canal de Suez.
“En el caso de [las especies llegadas a las costas españolas a través] del Canal, todavía es residual,” asegura a La Razón Enrique Macpherson, investigador en el departamento de Ecología Marina del CSIC. “Hay muchas especies que han venido en agua de lastre, pero no que hayan atravesado [el Mediterráneo] de forma natural, por dispersión larvaria, a través del Canal,” añade, antes de detallar que entre las especies detectadas a pesar de ello se cuentan organismos planctónicos, varios tipos de algas y algunas variedades de pez.
Hacer balance sobre las consecuencias que acarrea la llegada de especies foráneas en un ecosistema marino no resulta una tarea sencilla. Sobre el papel, la migración de este tipo de especies puede comportar impactos positivos, creando nuevos hábitats o aportando alimento. Pero también pueden convertirse en especies invasoras, introduciendo cambios fundamentales en los ecosistemas locales y ocasionando desafíos económicos y de salud.
En el caso de la migración lessepsiana, algunas consecuencias son ya evidentes. Hasta la fecha, este tipo de especies foráneas no han provocado la extinción de ninguna especie marina autóctona en todo el Mediterráneo, pero sí que se han provocado extinciones locales y pronunciadas reducciones en número. En el Mediterráneo oriental, la ratio de especies foráneas por especies autóctonas es la más elevada, y en el litoral de algunos de sus países las primeras son ya significativamente más abundantes que las segundas.
“La consecuencia más obvia e intuitiva [de esta migración] es sobre la biodiversidad,” considera en una conversación con este medio Heinrich Dohna, profesor de Biología en la Universidad Americana de Beirut. “Para algunas personas no es del todo obvio por qué deberíamos preocuparnos por la biodiversidad,” reflexiona, pero “con cada especie que perdemos, perdemos un misterio evolutivo excepcional que condujo a una fisiología excepcional que proporciona algunas claves excepcionales para entender el mundo.”
Dos de las especies que han sido más estudiadas y más atención han captado por sus agudas consecuencias han sido dos peces conejo herbívoros que han alterado de forma drástica parte del litoral del Mediterráneo oriental al devorar las algas de la zona.
“Tenemos proyectos europeos en los que trabajamos desde la costa española hasta Turquía, y se ve perfectamente cómo va cambiando [el fondo marino],” explica Macpherson. “En la costa turca no hay nada, en el fondo no hay nada [porque] se lo comen todo, estos herbívoros, y eso es gravísimo, es el desierto,” nota. “Si llegan [a las costas españolas] esto será un desastre,” alerta el investigador.
Además de las consecuencias que la migración lessepsiana ha comportado para parte de los ecosistemas del Mediterráneo, estudios recientes han documentado la presencia de nueve especies foráneas que suponen un peligro para la salud pública. Al menos una de ellas, un venenoso pez globo, habría hecho acto de presencia incluso en el litoral español.
Donde existe un mayor debate acerca del impacto de estas especies, debido a los limitados estudios al respecto, es en el plano económico. Para algunos científicos –y las autoridades egipcias– los beneficios que han reportado algunas de ellas a la industria pesquera supera cualquier perjuicio que hayan podido ocasionar en paralelo. Otros, en cambio, han documentado cómo algunas de estas especies foráneas, como medusas, acarrean pérdidas en el sector del turismo y la recreación, así como en la provisión de agua y comida por el daño que pueden provocar en infraestructuras como plantas desalinizadoras o de energía.
“Es cierto que la mitad de los peces de la pesca costera en Israel y casi el 100% de los crustáceos son lessepsianos, pero porque han desplazado [previamente] a los autóctonos, por lo que no se trata de disponer de los locales y, además, los otros, sino que los han reemplazado cuando los originales se vendían por precios más elevados y la gente los prefería,” apunta a La Razón, Bella Galil, una reputada zoóloga marina y miembro del Museo de Historia Natural Steinhardt de la Universidad de Tel Aviv (TAU).
“Más allá de lo económico y del riesgo para la salud, se trata de un problema sociocultural,” va más allá Galil, “porque estamos cambiando algo que realmente formaba parte de la sociedad y de la cultura de la gente del Levante [Mediterráneo].”
El sentido de urgencia que ha despertado la migración lessepsiana ha aumentado en los últimos años, dado que la llegada de especies a través del Canal de Suez se ha disparado en las últimas tres décadas. En este sentido, si bien el trasvase empezó a registrarse casi des del momento de inaugurar la monumental obra, sus sucesivas ampliaciones y el aumento de las temperaturas y de la salinidad experimentados recientemente sobre todo en el Mediterráneo oriental han facilitado que su número haya registrado un aumento del 223% entre 1970 y 2015, según un estudio liderado por Galil en 2015.
Para Macpherson, resulta difícil anticipar lo que este aumento podría suponer para las costas españolas, o predecir si con el tiempo algunas de estas especies podrían ir llegando al litoral español. “Por el régimen de circulación que tiene, el Mediterráneo favorece un tipo de dispersión larvaria determinada, [de modo que] normalmente las colonizaciones van de oeste a este y no al revés,” explica.
“La dispersión del Mediterráneo oriental es mucho más lenta porque va a pasitos por la costa, y esto es muy paulatino, [por lo que] no sabemos si se producirá –que esperemos que no– ni cuánto tardará,” continúa el investigador del CSIC, antes de notar que, aun así, podría ocurrir. “El hecho de que se hayan visto [peces conejo] en la costa de Italia, aunque sea ocasionalmente, significa que puede ocurrir; y si ocurre y es de una manera continuada, habría que preocuparse,” sentencia.
Las autoridades egipcias, a su turno, suelen restar importancia o directamente ignorar los efectos negativos que esta migración puede acarrear. Tras una conferencia que organizó el Instituto Nacional de Oceanografía del país árabe en 2015 para tratar la cuestión, se concluyó que la migración lessepsiana conlleva más beneficios que perjuicios, que la posibilidad de que estas especies se expandan por todo el Mediterráneo son pocas, que las conclusiones acerca de su impacto negativo no tienen suficiente base científica y que el aumento en número no se debe tanto al Canal de Suez como al cambio climático.
Científicos como Galil se muestran críticos con el negacionismo en el que vive instalado El Cairo, y denuncian que éste que se extiende a organizaciones internacionales como las Naciones Unidas o las partes firmantes del Convenio de Barcelona para la Protección del Mediterráneo, que en los últimos años han evitado alertar de las consecuencias del Canal de Suez en la llegada de especies foráneas en el Mediterráneo por ahorrarse un conflicto político con los egipcios.
“Cuando hicimos un artículo con Galil y otros [en 2015], autoridades egipcias decían que no era [un problema] tan grave,” apunta Macpherson. “Yo entiendo que ellos tienen unas preocupaciones y un interés, pero es que el drama de todo esto es que se podría haber arreglado con una barrera salina [en alguno de los largos que atraviesa el Canal de Suez],” se lamenta. “[Porque] no es que sea grave,” concluye, “es que es gravísimo.”