Opinión
Políticas climáticas
El comunicado lanzado a los cuatro vientos por la prodigiosa Greta Tintin Thunberg coloca las políticas del cambio climático en un registro muy estrecho, aunque parezca, como en verdad lo está, sumamente poblado. Y es que la cruzada oceánica contra los «sistemas coloniales, racistas y patriarcales» emprendida por la icónica joven las sitúa en la estela de la ideología elaborada en los centros académicos e intelectuales del mundo occidental desde el descrédito del socialismo. También apela, por si fuera poco, a un compromiso individual en el que lo personal y lo político ya no se distinguen.
En plena crisis de la representación política, con un escepticismo creciente, y no injustificado del todo, ante la capacidad de las democracias liberales para gestionar el nuevo mundo en el que estamos entrando, la causa climática adquiere un atractivo extraordinario. Para los jóvenes, a los que devuelve la posibilidad de un compromiso personal. A los poderes públicos, a los que les parece concederles una apariencia de crédito. Y, claro está, a una izquierda –véase el protagonismo estelar de Pedro Sánchez– que ve en la causa climática una manera de retomar la iniciativa mediante nuevas formas de intervención, vía reglamentaciones e impuestos. Sin contar con el desconcierto de una mentalidad conservadora ante la desaparición del horizonte mismo de lo natural sobre el que hasta hace poco tiempo se asentaba la vida humana. ¿Quién se atreve hoy en día a decir dónde empieza la naturaleza y dónde acaba la acción del ser humano?
Y sin embargo, nada de todo esto debería impedir que la empresa contra el calentamiento pudiera ser abordada desde presupuestos distintos. En primer lugar, está la innovación como elemento para establecer un nuevo equilibrio, que no podrá desarrollarse sin los instrumentos financieros y económicos que sólo proporciona –mala noticia– el capitalismo: la lucha contra el cambio climático no es obligadamente una lucha contra el progreso y el desarrollo. También está la necesidad de encontrar un nuevo equilibrio entre las sociedades y los sectores opulentos, con acceso a las ventajas de un entorno ecológico, y aquellos otros que aún están muy lejos de esa situación privilegiada. Y está, sobre todo, la necesidad de volver a poner la reflexión sobre el sentido de nuestra existencia, y nuestra convivencia, en el centro de la reflexión política. Eso exigirá pensar más allá del nihilismo y el llamamiento permanente a la confrontación.
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