Opinión
Palabra de Junqueras
El preso ilustre de Lledoners no ha cambiado. Las respuestas que ofrece en la entrevista que hoy publica en estas páginas Toni Bolaño esboza el retrato del hombre que lo volvería a hacer, que insiste en una mesa de negociación bilateral para avanzar en su objetivo final, la independencia de Cataluña. Junqueras, tan católico, deja los pecados para los demás, entre ellos el de no dialogar, que quizá en su mente debería castigarse con la excomunión. Es lo que se llama coherencia en el desastre. Junqueras se viste de mártir para que el santo varón que es la estampita de Pedro Sánchez lo suba a los altares del perdón. No nos equivoquemos. El que ha tornado es el eterno presidente en funciones, el hombre que se sentó ante Torra y no movió una ceja cuando la palabra relator se puso sobre la mesa para luego amenazar con todas las medidas legales y ahora volver a la misma mesa de los apóstoles perdidos no como caballero vencido sino como triunfador en ciernes con corona de laurel. El estadista que arreglará con una sonrisa ecológica el gran problema de España. Lo primero, blanquear a un partido cuyos dirigentes están en prisión. Junqueras ha puesto las cartas sobre la mesa. Las negociaciones pueden tornarse en un juego de trileros que harían bien en irse al Rastro a mangonear a los ilusos antes que engañar a los españoles destinados a que las uvas se les pudran en la garganta como recuerdo de un año infame. Ya conocemos, pues, lo que pide una parte. Falta saltar a la siguiente pantalla, hasta dónde está dispuesta a ceder la otra. Si soporta el espejo deforme que Junqueras le pone delante y en el que Sánchez deja de ser el bello para ser el bestio, que diría Carmen Calvo. Para Junqueras su palabra es sagrada. Sánchez ha de buscar en el diccionario.
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