Opinión

Natalidad en crisis

La alarma ha saltado en la prensa: el número de nacimientos en España es ya menor que el de 1941. Claro que, en aquel tiempo, se rozaban los veintiséis millones de habitantes y había hambre; hoy somos casi cuarentaisiete millones y hay abundancia. ¿Qué ha pasado para que nazcan tan pocos niños que, incluso, su cifra es inferior a la de muertes? La respuesta es compleja y alude, sobre todo, a un elenco de fenómenos socioculturales que se ha ido gestando desde hace más de cuatro décadas sin que la economía haya jugado un papel destacado en ello. Pueden citarse los más relevantes, empezando por el hecho de que, debido a la bajísima tasa de mortalidad infantil y a la cobertura que proporciona el Estado del Bienestar, ya no son necesarios muchos hijos para reproducir la familia, sea cual sea la configuración de ésta. Señalemos también el debilitamiento de las creencias religiosas, pues las mujeres que carecen de ellas son menos prolíficas. Y aludamos al profundo cambio que han experimentado las pautas matrimoniales, pues su número se ha reducido en un cuarenta por ciento desde 1975, mientras aumentaba continuamente la edad nupcial de las contrayentes. Pero lo más importante, sin duda, ha sido la fuerte expansión del nivel educativo de las mujeres y su masiva incorporación al mercado de trabajo, un lugar éste en el que no han encontrado, ni mucho menos, un ambiente favorable al ejercicio de su función reproductiva –que sólo ellas pueden desempeñar– y de esto se ha derivado un peligroso aumento de la edad de la maternidad que, según la «Encuesta de Fecundidad» del INE, para buena parte de ellas implica un retraso del orden de cinco años con respecto a la que consideran ideal.

Digamos que, en este asunto hay mucho de frustración porque, además, la mayor parte de las españolas –como ocurre también con las mujeres europeas, en general– hubiesen deseado tener entre dos y tres hijos, pero acaban teniendo sólo uno. Se puede afirmar, sin temor a errar, que las mujeres han sido tratadas muy injustamente en el mundo laboral. Y a ello se ha de añadir que, en nuestra sociedad democrática, no han encontrado apenas amparo debido a una prácticamente inexistente política de familia capaz de proporcionar subsidios, escuelas infantiles, protección de la maternidad en las empresas y formación profesional específica a las madres que se reincorporan al trabajo. La agenda de asuntos pendientes es, en esto, muy amplia y la voluntad de los gobernantes demasiado estrecha, tal vez porque el tema de la familia no se considera progresista. La consecuencia es un invierno demográfico que ya produce estragos.