Opinión
La tercera llamada
El pasado día 8 el Presidente Trump menciono la posibilidad de solicitar ayuda a la OTAN para tratar de salir de la complicada situación de enfrentamiento con Irán de la que él es responsable principal. De confirmarse esto, sería la tercera vez que una administración norteamericana solicita el apoyo aliado ante una tesitura complicada en el mundo islámico que ellos intentaron resolver inicialmente por su cuenta. La primera vez fue en Afganistan. La segunda, en Irak. En estos tres casos –contra los talibanes, para derrocar a Sadam Husein o ahora para tratar de controlar a los ayatolás– los norteamericanos primero intentaron una coalición para ejecutar unas misiones no acordadas previamente con las naciones contribuyentes. Y las naciones de la OTAN atendimos –generosa, pero individualmente– las dos llamadas recibidas hasta el momento. Solo cuando empiezan las dificultades, se acuerdan los norteamericanos que existe una organización denominada OTAN. En los dos casos iniciales, cuando finalmente la Alianza como tal fue requerida, la misión acordada fue secundaria. Para entonces, la vajilla ya estaba rota y solo cabía recoger los pedazos. Ahora nos piden que colectivamente aumentemos nuestra contribución al avispero creado por la denuncia de la administración Trump al acuerdo nuclear con Irán ¿Qué debería hacer la OTAN ante esta tercera llamada norteamericana? ¿Cuál podría ser la postura española en el seno de la Alianza?
En Afganistan el peso de la lucha contra los talibanes recayó inicialmente sobre una coalición (operación Libertad duradera) en la que no llegamos a participar. Posteriormente la OTAN se dedicó –a través de la ISAF– a intentar –con poco éxito– la reconstrucción y estabilización del país mientras sufría ataques que iban progresivamente aumentando. Aquello fue una pesadilla logística en la que España llego a alcanzar unos 1560 efectivos en las provincias de Bagdhis y Herat. Actualmente hemos abandonado cualquier sueño de reconstrucción y lo único que preocupa es como salir de Afganistan con un mínimo de dignidad.
Las diferencias entre las operaciones en coalición y OTAN en Irak son todavía más acusadas que en Afganistan como consecuencia de las desavenencias entre occidentales que precedieron a la intervención del 2003 contra Sadam Husein. A la coalición actual, España contribuye con unos 550 efectivos distribuidos en tres contingentes: uno de adiestramiento, otro de helicópteros y finalmente con Operaciones especiales. La OTAN, como tal, mantiene en este teatro una misión de adiestramiento más bien testimonial.
La nueva crisis surge tras la retirada unilateral norteamericana de un pacto que Irán que estaba cumpliendo escrupulosamente. Suprimir los incentivos a dicho pacto (levantamiento de las sanciones económicas) mientras bloquea económicamente el país no ha conseguido llevar al régimen de los ayatolas ante una mesa de negociación más favorable, sino a escalar la crisis cada vez más peligrosamente. Los iraníes se sienten acorralados. Ante este panorama, la reacción primaria e instintiva de los aliados europeos a esta tercera llamada de auxilio por parte de Trump pudiera ser de rechazo. Una especie del clásico «ya te lo decía yo». Sin embargo, permítanme discrepar con dicha hipotética respuesta. Creo que a los europeos se nos está ofreciendo una última posibilidad de poder influir en la estrategia norteamericana en Oriente Medio. Deberíamos aprovechar el Consejo atlántico para acordar unas nuevas líneas de acción a seguir. De demostrar que somos algo más que socios de ejecución, de coalición; que tambien podemos fijar metas a alcanzar, especialmente ahora, que el fracaso unilateral americano es evidente.
Una hipotética intervención de la OTAN en Oriente Medio debería buscar garantizar un equilibrio entre sunitas y chiitas que asegurase una cierta estabilidad a esta dolorida zona. Es decir, fundamentalmente, un equilibrio entre Arabia Saudí e Irán. Para conseguir esto es esencial que el régimen de los ayatolas renuncie a obtener –o simular que trata de conseguir– armas nucleares. A la vez, limitar su manipulación expansionista de las minorías chiitas árabes. Con armas nucleares, la situación en Oriente Medio será siempre explosiva. No solo para ellos, sino para todos. Es vital forzar a los iraníes a negociar pero no utilizando únicamente sanciones sino recreando gradualmente incentivos económicos y diplomáticos. Y ofreciéndoles a cambio garantías de que el apoyo a las naciones sunitas por parte de la Alianza no será nunca ni unilateral, ni incondicional. Que no se pretende un cambio de régimen en Irán. Solo si la administración norteamericana acepta estas condiciones los europeos deberíamos estar dispuestos a atender significativamente su tercera llamada. En esto se diferencia una Alianza de una coalición. Con coaliciones hemos caído en una ratonera. Quizás con una verdadera Alianza podamos encontrar la salida al atolladero. Se trataría pues de sustituir el protagonismo directo norteamericano en Oriente Medio –que está en un difícil trance– por el más sutil de la OTAN, donde su mano directora no es tan evidente.
¿Tendrá la administración Trump –o la que le suceda– el valor de desandar el errado camino recorrido en Oriente Medio? ¿Tendremos los europeos la unión y clarividencia suficiente para defender una alternativa a lo hecho hasta ahora? ¿O seguiremos atendiendo individualmente los reclamos de la nación líder atlántica buscando meramente un reconocimiento individual? El tiempo lo dirá, pero en el arte de la negociación, ante una petición importante de la nación poderosa siempre ha resultado más conveniente solicitar contrapartidas significativas que negarse rotundamente. Asi la pelota pasa al que pide y si no se logra un acuerdo, al menos la responsabilidad estará siempre más compartida.