Opinión

Acabaremos en Supervivientes

Definitivamente vivimos en la mentira. La política es sólo la uña de un dedo en comparación con las garras que nos apresan como un águila a un conejo. Hasta hace poco lo que nos preguntaban a los periodistas los que vivían ajenos a la profesión era qué iba a pasar con el Gobierno o con la cosa catalana; ahora nos hacen pasar por galenos e interrogan sobre el coronavirus: si es para tanto o si hay que llevar mascarillas. Más allá de la información puntual sobre los nuevos casos, en casi todos los medios de comunicación se subraya cuáles son los protocolos a seguir o la escasa mortandad de la epidemia. Y, sin embargo, hay miedo, o un cierto regusto a vivir en una película de apocalipsis vírica, una de zombies. Hemos apartado los pies del suelo como si fuéramos ángeles sin alas para habitar en el submundo de la fantasía en el que los crédulos son los amos del infierno. La mentira puede hacerse pasar por verdad pero a poco que se tenga dos dedos de frente se huele a falso. Estamos por creer todo lo que circula por los mentideros de las redes sociales donde se mezclan los últimos datos de la crisis sanitaria con el culo de una tal Sofía Suescum o de los nuevos concursantes de «Supervivientes». Hay quien piensa que la ketamina puede curar a un infectado o que lavarse las manos con orina infantil previene la enfermedad si bien lo que se consigue con estas recetas es pillar un buen colocón y oler a papel de váter. En la mayoría de los casos basta con tomar paracetamol.El desvarío es tan gigante que tomamos como referentes informaciones que salen de terminales rusas que apuntan a Donald Trump y su lucha contra Huawei. Sobre este particular ya nos informará Pablo Iglesias, que tiene micrófonos en el CNI. En esta era de la hipérbole y los aspavientos, de la hiperinformación robotizada, parecemos analfabetos funcionales que aún creen en el timo de la estampita, como Tony Leblanc y Gracita Morales en «Los tramposos». Sabemos que el Gobierno nos miente a cada rato, y que cuando cuela una falsedad sube la apuesta para que nos traguemos otra y lo tomamos con la naturalidad con la que el perro te saluda al llegar a casa. Vivimos en la mentira, de tal manera que más que en estado de democracia rumiamos en el universo de la confusión. Queriendo. Disfrutando en la perversión del lenguaje y los cotorreos del whatsapp. La diosa mamarracha Gwyneth Paltrow se coloca una mascarilla para coger un avión a París, qué mejor paso para convertirse en estrella que imitarla.