Opinión
Ejemplares, tibios y repugnantes
La gravísima crisis de Covid-19, además de poner a prueba los filamentos de resistencia de un país del primer mundo como es España, ya está mostrando –en unos tiempos en los que los liderazgos se miden por los hechos pero también puntualmente por las palabras– el auténtico nivel de algunos de nuestros políticos, su auténtica talla tanto en el plano de la ética y la moral como de la capacidad de gestión, en un abanico que recoge desde el borde de la competencia y la ejemplaridad, pasando por la tibieza de quienes sencillamente hacen lo que deben sin mayor recorrido y hasta el otro extremo que viene a mostrarnos lo más abyecto y repugnante de la condición humana. La actitud y aptitud del alcalde de Madrid Martínez-Almeida, ya saben, ese político que tras llegar a la condición de primer edil de la capital del Estado era contemplado por muchos como un segunda fila de la política, un gregario bajito, poco conocido y con escaso carisma, se está destapando con esta crisis –al menos hasta el momento– como un auténtico líder dentro de su ámbito de decisión que no es pequeño, enseñando a más de uno la manera de contar desde el minuto uno a la ciudadanía la dimensión del problema del coronavirus con toda claridad, la forma de adoptar medidas inimaginables tan solo hace días y asimiladas por otras administraciones como es dar techo provisional a quienes no lo tienen en un momento en el que se exige el confinamiento domiciliario responsable, o sencillamente poniéndose a disposición del gobierno central que es el de todos los españoles para garantizar el cumplimiento de medidas como el estado de alarma en la ciudad más poblada y a la vez más castigada por la pandemia. Otros vienen a encuadrarse en esa tibieza que desenmascara al político profesional de salón, cuando lo que se exige es una determinación que no entiende de golpes de efecto, fotos o cuotas de poder. En este sentido, con actitudes como la del vicepresidente Iglesias rompiendo la cuarentena para acudir al Consejo de Ministros, difícilmente se combate al virus, por mucho que el entorno del líder de Podemos justificara la decisión. Iglesias ignoró que un test negativo no exime de un posterior contagio, ignoró que el contacto estrecho con un infectado –su pareja– debe vigilarse estrechamente durante 14 días, e ignoró que su imagen junto al presidente en la mesa de Moncloa, tocándose la cara, sin mascarilla y como si no pasara nada son el peor de los ejemplos. En el otro borde del abanico, el de los lamentables, el presidente de la Generalitat, Joaquim Torra, y su desmarque ruin, oportunista y cortoplacista de la pauta marcada por el Gobierno para combatir al Covid-19 viene a retratar por enésima vez la xenofobia de quien desprecia a los que hablamos el «idioma de las bestias». La cuota de lo abyecto ya ha sido lo bastante superada por la secesionista fugada de la justicia Clara Ponsatí, a la que cualquier bien nacido, madrileño, italiano o chino jamás deseará una estancia en la UCI. Además de merluzos, repugnantes.
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