Opinión

Cuántas cuentas cuentan

Ante una situación tan dramática como una pandemia, mantener la serenidad resulta difícil, aunque necesario, y esto vale también para la economía. Es notable cómo la cuestión de las cuentas ha quedado entre olvidada y distorsionada. Hay cuentas que deberían contar y no cuentan.

Empecemos por el pensamiento mágico, que siempre arrecia en las crisis, según el cual la solución ante cualquier problema es aumentar el gasto público. LA RAZÓN informó de planes para rentas mínimas, ayudas al alquiler, etc. Y ya se vuelve a hablar de un Plan Marshall europeo, fantasía que reaparece cada vez que los gobernantes quieren eludir su responsabilidad y diluir el coste político de ajustar las cuentas públicas. Mariano Rajoy esgrimió esa receta mágica, mientras crujía a los españoles con más impuestos, y ahora lo hace la OCDE, otro oropel burocrático supuestamente «no sospechoso de ser socialdemócrata» –prácticamente todos los políticos y todas las instituciones gobernadas por políticos en el mundo lo son–.

El Plan Marshall no sirvió para desarrollar la Europa posbélica, que lo hizo gracias a la paz, el trabajo y las instituciones, y con políticas relativamente liberales. Por eso Alemania salió adelante mejor y más rápido que Gran Bretaña, un país que había ganado la Guerra y al que el Plan Marshall dedicó el doble de recursos que a los alemanes.

No se hacen estas cuentas, como tampoco se presta atención a las cuentas públicas, que emergerán tras la pandemia en una situación muy precaria. Como los políticos y los burócratas lo saben, han hecho la cuenta fundamental de cualquier político, a saber: que pague otro.

Y de ahí que personas supuestamente ponderadas, como el gobernador del Banco de España, ya abracen la mutualización de la deuda, los «coronabonos», pócima milagrosa que significa que los estados podrán gastar más y endeudarse más barato, porque repartirán el coste con Alemania.

Las cuentas que más cuentan, las de las trabajadoras, son olímpicamente despreciadas. Leí en «El País» hace pocos días a un escritor que pedía por favor que subieran los impuestos. Veremos mucho de esto, y reflorecerán las falacias que asocian la tributación con la generosidad, como si fueran idénticas la Madre Teresa y la Agencia Tributaria. Naturalmente, la izquierda redoblará su condena a las empresarias que hagan donaciones a la sanidad pública, y hablarán de la maldita «caridad». No quieren que Amancio Ortega done su dinero voluntariamente: se lo quieren quitar a la fuerza. Y odian la caridad precisamente por eso, porque es libre.

Veremos campañas masivas de intoxicación, todo con el objetivo de disfrazar la servidumbre planificada del pueblo a cuenta de la crisis, y la incursión punitiva que los poderosos planean emprender contra la cuenta que más cuenta: la suya, señora.