Unión Europea

La opinión de Francisco Marhuenda: “La frágil realidad de la Unión Europea”

No parece fácil que Pedro Sánchez tenga una posición de excesiva credibilidad ante Merkel y sus aliados, que no son seres malvados que odian al sur de Europa»

La Unión Europea como mucha gente la imagina es solo una quimera. No tiene ningún fundamento. Es solo lo que quisiéramos que fuera y no lo que realmente es. El sueño de una Europa unida salta por los aires cada vez que surge una crisis. Todos nos llenamos la boca recordando a los padres fundadores, interpretando cuáles eran sus deseos y los de sus contemporáneos, analizando sus escritos y hablamos de la grandeza y la visión europea para superar los efectos de la Segunda Guerra Mundial e impedir un nuevo conflicto. La realidad es que estas reflexiones se hacen desde una gran ignorancia de la historia, así como de la carambola que permitió esa frágil creación que fue la CEE en el peligroso contexto de la Guerra Fría. Fue un proyecto que contó con el rechazo del Reino Unido y fue posible por la necesidad que tenía Francia de la economía alemana y su obsesión, como ahora, de ser muy importante en el mundo aunque sin conseguirlo; con una Alemania que estaba dispuesta a pagar cualquier factura con tal de comprar la respetabilidad tras el horror del nazismo y de haber provocado la Segunda Guerra Mundial; estaba la conveniencia económica de los pequeños e insignificantes países del Benelux siempre necesitados del poderoso mercado alemán, y que decir de una Italia tan deseosa como necesitada de afecto y apoyo, aunque orgullosa por considerarse la heredera de Roma.

Los británicos han sido un incordio, en su línea, desde el final de la guerra hasta nuestros días. El colofón de su egoísmo e insolidaridad fue el Brexit, que era algo previsible desde el mismo día que se integraron. La historia británica resulta muy útil para entender su comportamiento, pero también las respectivas historias del resto de países europeos. El problema es que la ignorancia es la moneda común en una parte de la clase política, que en muchos casos superó con dificultad la carrera y debe creer que la historia es la que leen en las novelas o ven en las películas y la economía son las cuatro chorradas aprendidas en Wikipedia. Lo que llamamos Europa es un territorio que lleva siglos con guerras de diversa dimensión, pero con un mayor número de conflictos armados que ninguna otra zona en la historia del mundo. Y además tenemos esa insufrible arrogancia del eurocentrismo como consecuencia de haber constituido algunos de los imperios más poderosos de la historia. Hemos paseado esa arrogancia por los lugares más inhóspitos del planeta, hemos cometido las mayores crueldades imaginables y robado todo lo que nos ha venido en gana para conducirnos a una visión de nuestra superioridad que, incluso, permite explicar la displicencia con que contemplamos la aparición de este coronavirus, cuyo nombre real me niego a reproducir, en un lugar tan alejado como China, porque los europeos somos superiores en todos los terrenos.

Y ahora llega la cuestión de la realidad que se vive estos días, no solo la terrible pandemia que ha destrozado nuestra sociedad sino la incapacidad de alcanzar un acuerdo en la UE para hacer frente a las devastadoras consecuencias económicas que se traducen en una crisis que será probablemente más grave que la anterior. Hace pocos meses, con la habitual arrogancia de la izquierda española, se anunciaba un gobierno de coalición que era la quinta esencia de la genialidad política y que se disponía a gastar a manos llenas como expresión de su sensibilidad social. Las ideas comunistas volvían al gobierno de España y tras haber jaleado desde el 15-M aquellas consignas contra Merkel, el capitalismo y la UE ahora estaban en el gobierno para dar lecciones a estos tontorrones del centro derecha europeo, incluso también a los socialdemócratas, y a los euroburócratas. Nada mejor que el dirigismo, la chulería presupuestaria, el gasto público desaforado y el populismo facilón. Ya se sabe que la derecha es insensible con las necesidades de la población y solo se preocupa de los ricos. Es la superioridad de los progres.

Con estos antecedentes no parece fácil que Pedro Sánchez tenga una posición de excesiva credibilidad ante Merkel y sus aliados que no son seres malvados que odian al sur de Europa. El problema es que saben que un cóctel formado por socialistas y comunistas conduce necesariamente a una catástrofe económica y al rescate o al impago de la deuda pública. Es un problema de rigor y eficacia, algo que gusta mucho en esos países, frente al cachondeo de vivir a costa del presupuesto que tan grato es para la izquierda nacional siempre dispuesta a dar lecciones y, sobre todo, a despilfarrar como si el dinero no fuera de nadie. Estoy a favor de un Plan Marshall e incluso de una renta básica limitada en el tiempo, pero no a las excentricidades, el despilfarro y la inconsistencia.