Opinión

Covid-19. Confianza y política

He estado enfermo de COVID-19. Me han tratado en el Hospital de La Princesa, de Madrid, entre el 28 de marzo y el siete de abril. Han sido días terribles, en particular la estancia en Urgencias, cuando sólo ingresaban quienes padecían casos muy graves. Jamás olvidaré la valentía, la dedicación y la elegancia de unos profesionales –médicos, enfermeros, auxiliares y personal de limpieza, seguridad y mantenimiento– que nos cuidaron. A pesar de lo traumático de la experiencia, estoy orgulloso de haber sido testigo de tal despliegue de bondad, de experiencia y de saber práctico. Si podemos confiar en algo, es en quienes pueblan nuestros hospitales y los centros médicos.

Durante esos días, también sabía que podía confiar en mi familia y en mis amigos. Harían todo lo que estuviera en su mano para que yo estuviera lo mejor posible, rezarían (incluidos los creyentes tibios, al modo pascaliano: por si acaso…) y no dudarían en llevarme lo necesario al hospital. Al haber entrado por Urgencias y quedar confinado, era el único modo de conseguir algunos productos básicos.

Confiaba, claro está, en la misericordia de Dios. Aquellos días eché de menos la presencia de un símbolo religioso, cristiano o de cualquier otra fe, que humanizara la tragedia. Pero aunque se haya querido reducir la fe a una cuestión privada, la humanidad –entera– siempre encontrará refugio, como dice el salmista, a la sombra de las alas del Señor. En particular de un Dios que se hizo hombre para compartir nuestro sufrimiento y salvarnos de nuestro olvido, nuestro egoísmo, nuestra arrogancia.

No puedo decir lo mismo, por desgracia, del Gobierno. En la sala de Urgencias había una pantalla de televisión que emitía el canal 24 horas. En aquellas circunstancias siempre habría resultado irrelevante, aunque en otras tal vez no habría habido tantas personas que buscaban el modo de no tener que ver al Presidente del Gobierno discurseando. Aquel darle la espalda, literalmente, a quien nos debería representar a todos, era la forma más gráfica de expresar la sensación de abandono y deserción. El Gobierno habla mucho de hacer política. Piensa que la política consiste en hacer propaganda, fomentar el enfrentamiento, acabar con el adversario. Pero la política es la gestión del bien común, aquello que constituye la raíz de nuestra convivencia y que ha sido atacado con virulencia por la epidemia y la crisis. De eso, el Gobierno no sabe nada.