Opinión

Relaciones político militares

Cuando el pasado 9 de marzo salió a la mar –tras una visita de cortesía en Da Nang, Vietnam–no podía imaginar el Capitán de Navío (CN) Crozier, Comandante del portaviones nuclear norteamericano «Theodore Roosevelt» (TR), que iba a verse envuelto en una polémica que acabaría costándole el mando y provocando de paso, un debate nacional sobre las relaciones entre la administración Trump y la US Navy. Sin saberlo –ni haberlo previsto ningún mando superior– varios miembros de su dotación se habían contagiado con el Coronavirus 19. El TR, una inmensa máquina de guerra con 4865 hombres y mujeres a bordo, no navega aislado. Es el centro de un denominado «Carrier Battle Group» (CVBG) compuesto por varios buques de escolta y apoyo. En el CVBG –y mandando todo este conjunto– va embarcado el Contralmirante Baker y su Estado Mayor. Pero en cuanto a la responsabilidad por el buque, sus aeronaves y la dotación, el CN Crozier sí que estaba solo. Asi son las Marinas de Guerra: hacen a una única persona responsable último de lo que pueda pasar, le rodean de un gran poder y aura –basados en las Ordenanzas y en la tradición– y le denominan Comandante. Es la figura clave de cualquier Armada, sea cual sea su graduación.

Una vez descubierta la infección a bordo, Crozier propuso desembarcar al grueso de su dotación en la base norteamericana de Guam, para llevar a cabo una cuarentena que siguiera las instrucciones generales que tenía a bordo. No pueden Uds. imaginar qué estrechos son los lugares de vida en un buque de guerra; incluso en un portaviones. Una infección se iba a extender pues como la pólvora. Había que actuar rápido y el CN Crozier pensó –sin duda– que estaban en tiempo de paz y que el posible adversario, China, no pasaba por el mejor momento para protagonizar una agresión. Incluso, el lejano Irán, tenía enfrente, no uno sino dos CVBG y estaba atravesando su particular calvario con el coronavirus y las sanciones nortemericanas. Es decir, estaban básicamente en «paz» pero su dotación seguía corriendo peligro. Como la aprobación a su propuesta no llegaba decidió jugársela redactando un escrito –fechado 30.03.2020, no clasificado y con varios destinatarios de copia– en el que volvía a reiterar la propuesta de cuarentena en Guam. Este escrito fue filtrado a la prensa por alguien no identificado y desato una ira incontrolada en el Secretario de Marina (interino) Modly, que decidió destituir a Crozier contra el asesoramiento de la cadena de mando militar que recomendaba una investigación previa. La dotación del TR despidió a su destituido Comandante como a un héroe y esta escena que se hizo pública –no en vano vivimos en una democracia– acabo provocando que Modly perdiera del todo las formas, cogiera un avión hasta el lejano Guam, embarcara en el TR y por la red de ordenes generales (altavoces internos) soltara su versión de los hechos –lenguaje soez incluido– insultando de paso al CN Crozier que además, en ese momento, se había contagiado.

¿Cómo un alto mando político como Modly –que encima es un Oficial de Marina retirado– puede llegar a comportarse tan rastreramente? La respuesta es sencilla: porque tenía miedo a perder su puesto. El Sr. Modly era el segundo mando civil de la US Navy cuando su jefe fue destituido por el Presidente Trump por resistirse a indultar a un Suboficial de Operaciones especiales (SEAL) acusado de asesinato en Afganistan. El asunto del TR había disgustado evidentemente al Presidente, por lo que Modly decidió sacrificar antes a un CN –procedente de la elite de los aviadores navales entre los que se escoge a unos pocos para mandar portaviones– que enfrentarse a Trump. De nada le sirvió, pues su dimisión ha sido forzada tras conocerse su conducta. En mis últimos destinos OTAN he tenido como compañeros y subordinados a alguno de estos antiguos Comandantes de portaviones y créanme, sé de lo que hablo. Son muy buenos. No son ni estúpidos, ni ingenuos como el Secretario Modly acuso en público de ser al CN Crozier. Imagino la agonía que tuvo que sufrir este CN para transitar desde el estado de exaltación propio de un Comandante de una unidad como el TR, a firmar un documento que sabía le podía costar su carrera. Lo hizo –seguro– pensando que no había otra manera de acelerar su propuesta para salvar vidas de su dotación en tiempo de paz.

Las relaciones entre la cúpula militar y sus mandos políticos no son nunca fáciles. Se deberían basar –idealmente– en el respeto mutuo por experiencias ajenas que son muy diferentes. No en el miedo. El político siempre trabaja en una base de tiempos más corta que el militar; su horizonte suele estar en las próximas elecciones mientras que estos últimos han sido educados a lo largo de su carrera para pensar en la institución y en estrategias y consecuencias a largo plazo. Lo mismo que un político puede influir en la gobernanza del sistema judicial, pero no debería hacerlo en las sentencias, ningún gobierno tendría que interferir en la conducción de las operaciones y en la disciplina de los ejércitos. Ejércitos cuyo foco debe estar en el adversario y no en el miedo de ser apuñalados por la espalda por su mando político.