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La ministra Celaá identificó lo que serían informaciones negativas sobre el gobierno con las informaciones que debían considerarse falsas
Ahora que el presidente, escudándose en la OCDE, ha intentado colarnos por dos veces una nueva mentira, recordemos la enigmática y capciosa identificación que torpemente, en un momento de lengua trabada, vino a proponer hace días la titular del Ministerio de Educación. La ministra Celaá identificó lo que serían informaciones negativas sobre el gobierno con las informaciones que debían considerarse falsas.
Quiero dudar que ese fuera el espíritu que animaba su pie de letra, pero el hecho es que hizo tal identificación literalmente por contigüidad. Esa compactación mental de considerar falso todo lo negativo para el gobierno, hablaba como mínimo del preocupante subconsciente que late en su visión del mundo. No quisiera sentar plaza de columnista grosero, pero no puedo evitar dejar de pensar: ¿qué opinaría la ministra Celaá si yo me pusiera a hablar ahora del ano de nuestro presidente del gobierno?
Es una pregunta delicada, porque es evidente que todo ser humano posee un órgano de ese tipo, como su nombre indica. Me parece que es imposible acusarme de información falsa si digo que el presidente es un ser humano, aunque a alguien pudiera no parecérselo. Sé también que algunos lo tratan como si fuera divino, pero la gran mayoría de la población no hemos alcanzado todavía tales extremos de caligulismo. Por tanto, deduzco que nuestro representante electo, como ser vivo de la categoría «homo sapiens» que es, tiene en su lugar, como todos, el punto anatómico citado. Las convenciones hacen que sea escabroso hablar de estas cosas, pero creo que ya hemos llegado a la conclusión de que, indicar que tiene un órgano de ese tipo, difícilmente puede ser considerado una información falsa. Pasemos ahora a examinar si puede considerarse una información negativa. Yo creo que tampoco.
Esta información lo único que hace es constatar un hecho innegable, sin decir que eso sea bueno o malo. O sea que más bien podríamos decir que es una información neutra. La ministra que, por supuesto, no es estúpida en absoluto, podría recurrir a la intencionalidad para afearme que hablara de estos asuntos. Podría criticar que esté intentando relacionar al presidente con asuntos groseros que en este momento no vienen a cuento para la valoración de su tarea política. En otras palabras, podría reprocharme estar intentando ensuciar la imagen de su jefe.
Pero si yo digo que Pedro Sánchez es un hombre de una apostura remarcable, reconocida incluso por publicaciones internacionales, y que -por lógica- esa parte de su anatomía debe probablemente guardar justa proporción con la belleza del resto, entonces estoy diciendo algo positivo, ¿no? Si Sánchez es tan bonico como un maniquí y yo me limito a decirlo ¿cómo se puede juzgar que esa intencionalidad sea mala? La ministra, que siempre parece en guardia para estar vigilante ante la posibilidad de que toda información negativa sobre el gobierno sea sesgada o tendenciosa, quizá haría bien en desconfiar y pensar que estoy usando la ironía.
La ironía es un mecanismo muy interesante para tomar distancia con respecto a las cosas y señalar sus particularidades (o su gravedad) de un modo oblicuo y a veces menos hiriente. Pero la ironía requiere de un mecanismo de complicidad: que el interlocutor entre en ese juego. No hay nada más espectacular y doloroso que el fracaso comunicativo de la ironía cuando se da. Porque entonces un extremo del mensaje habla en broma, diciendo lo contrario de lo que es evidente (precisamente para resaltarlo) y el otro extremo recibe el mensaje como si fuera literal, tomándose al pie de la letra una cosa imposible. Para evitarlo en la medida de lo humano, lo mejor que se puede hacer es concretar mucho la ironía, que apunte a una diana muy precisa.
Si se fijan, yo podría haberme puesto a hablar de una forma vaga de «zona glútea» o de «nalgas» en plural, pero en este caso, dadas las dificultades del tema, no me ha quedado más remedio que puntualizar mucho para hacerme entender. Ese punto que nos ocupa es tan sensible que, de no calibrar exactamente cada palabra, fácilmente la ironía podría haberse interpretado como sarcasmo. Si la ministra también hubiera puntualizado con más tacto sus afirmaciones (en lugar de emitirlas de una manera tan rudimentaria como lo hizo) seguramente se hubiera ahorrado el que estemos ahora, los que escribimos, pidiendo tantas matizaciones. También se hubiera evitado que los periodistas, cuando la ven venir, piensen: ¡Cuidado, que ahí viene «la seño»!
Yo no tengo por imposible que un presidente de cualquier gobierno presente todos los músculos del tipo esfínter en su sitio; hay muchos en el cuerpo humano, más de los que se piensa la gente. Lo que ya me parece más descabellado es que por ese simple hecho de su normal existencia, algunos miembros de su gabinete puedan pensar que los escribas y periodistas debemos estar obligados a darnos un festín con ese punto anatómico de su jefe, como quien acude a una fiesta de lamer polos.
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