Opinión
La rebelión por la ventana
La ventana es un teletipo. El día pasa con diferente intensidad a cada hora. El paisaje es el mismo. Trabajo y husmeo al modo de un portero sin traje en su garita. En este momento, 20:44, tomo el ordenador como un corresponsal de una guerra de mentirijillas. Las armas son inofensivas, hacen más daño los altavoces de las discotecas donde no sabemos si volverán a subirse las gogós. O la visión de las mascarillas del Congreso tapando las bocas de los que nos las llevaban cuando pasaron la cuarentena. Lorquianos asesinos de palomas. Molesta a la vista. Escuece la inteligencia, gastada de tanto usarla. Qué no daría yo. El vecino de enfrente sigue su obsesivo ritmo de paseo por la terraza. Cuenta los pasos. O los resta. Los que se quedaban en casa con la cacerola han decidido salir del armario y ya se pasean por la avenida a cuerpo gentil. Dicen que se sienten libres. Lo gritan. Y a cada paso las aceras se levantan. Es su Mar Rojo. La tierra prometida termina en una glorieta en la que se miran en el espejo unos a otros, tal vez un poco melancólicos porque ha vuelto a prorrogarse el estado de alarma. No parecen pijos al uso, que es lo que bandea la famélica legión. Los vecinos que iban a comprar el pan. ¿Será posible? La calle es suya en estos momentos, pero pronto volverán a encender la televisión y el telediario confundirá la parte con el todo, que es lo clásico cada vez que uno no entiende al que tiene enfrente. Lo reduce a un menaje. O un mensaje. No estamos programados para repensar ideas, solo alcanzamos el eslogan. Tiene sentido que al juego de cocina se le llame batería. Ringo Starr no era mejor. Pero se llevaba a las chicas en flor. Y encima iba puesto hasta las cejas de Simón. Comenzó en Moderato Cantabile, la melodía cantada, y ya es un concierto de AC DC en el que solo falta sacar una peineta a Inés Arrimadas. Lo de Sánchez era esperado, pero los manifestantes que votaron a C’s ya no tienen una Malú. Me has engañado tú, y ese estribillo, sino una bulería de Jerez. La tarde huele a mascarilla, ese olor por el momento indescriptible, a cerrado, y que en algún momento se transformará en la magdalena de Proust. El silencio vuelve abrupto. Salvo por los ladridos de los perros. Será verdad que imitan a sus amos. Jamás he notado tanta protesta canina. Esperan como Caperucita el acecho de los lobos. Los huelen. Un día de estos pasarán por el barrio.
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