Opinión
Dadme la cabeza de Pinker
Vivimos tiempos luminosos y oscuros. Todos lo han sido, pero estos lucen una sobreinflacción de intolerantes. Su última hazaña consiste en exigir la expulsión de la Sociedad Lingüística de América del por tantas razones admirable Steven Pinker, psicólogo experimental, científico cognitivo, lingüista y profesor del departamento de Psicología de Harvard. Nada menos que 291 académicos reclaman su extrañamiento por cometer el pecado de introducir matices en los debates del sexo, el género, la violencia, la desigualdad o la raza. Sus declaraciones, sostienen, van «en la dirección de ahogar las voces de las personas que sufren violencia racista y sexista, en particular inmediatamente después de actos violentos y / o protestas contra los sistemas que los crearon». Traducido: no se limita a facturar eslóganes. A continuación citan seis ejemplos que deberían de sobrar para que los 291 fuesen no ya expulsados de la Sociedad Lingüística de América, sino desposeídos del graduado escolar. Así, lo acusan de haber escrito en un tuit que la policía no dispara a los negros en mayor proporción, al tiempo que proporcionaba el enlace de un artículo en el New York Times donde el profesor Sendhil Mullainathan, estudioso de la violencia urbana, explica que «Existe una amplia evidencia estadística de prejuicios raciales graves y persistentes en otras áreas, desde los mercados laborales hasta la economía digital. Así que esperaba que los prejuicios policiales fueran un factor importante en la explicación de los asesinatos de afroamericanos. Pero cuando miré los números, eso no fue exactamente lo que encontré». De hecho no existe «evidencia de disparidades anti-negras o anti-hispanas en los disparos, y los oficiales blancos no tienen más probabilidades de disparar contra civiles de minorías que los oficiales no blancos» (“Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America”). «Las proporciones de lesiones admitidas y mortales debido a la intervención policial por cada 10.000 detenciones no difirieron significativamente entre los grupos raciales/étnicos. Las proporciones aumentaron con la edad y fueron más altas para los hombres que para las mujeres» (“Perils of police action: a cautionary tale from US data sets”). Pero nuestros 291, partidarios del gulag, los centros de reeducación y las verdades reveladas por todo equipaje cognitivo, son de una deshonestidad intelectual espeluznante, mienten por sistema, denuncian como heréticas las verdades incómodas y, de Bruno a Servet a Pinker, piden la cabeza de los mejores.
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