Opinión

Salir para entrar

Creíamos haber salido de la epidemia de coronavirus y resulta que estamos volviendo a entrar en ella. Es verdad que sin el ímpetu de los idus de marzo, pero llevamos varias semanas en las que, en España, las cifras de contagios son crecientes. Y también que el problema va por barrios. Rebrotes, le llaman. Surgen en sitios muy localizados y, en la mayor parte de los casos, no avanzan demasiado, pero hay excepciones como se está viendo en Lérida, Lugo y Guipúzcoa. Los guipuzcoanos son, por cierto, los españoles que menos usan las mascarillas para protegerse. El estudio de seroprevalencia del Instituto Carlos III señala que, en la tercera semana de junio, casi uno de cada dos no parece conocer en la práctica su existencia. Si eso pasaba en junio, imagínense ahora con el relajo veraniego. En cuanto a los ilerdenses, resulta que están entre los catalanes que emplean poco ese artilugio, aunque sólo en la proporción de uno de cada trece. Y lo mismo pasa con los lucenses entre los gallegos, en este caso con más frecuencia que los anteriores, uno de cada cinco. Esa investigación también revela que las tres provincias están entre las que menos han sufrido la epidemia y que la parte de la población que ha enfermado en ellas oscila entre el 1,5 y el 2,5 por ciento. Tal vez por ese motivo haya menos precaución entre sus habitantes. Ya se ve que eso de escarmentar en cabeza ajena no ha tenido aquí efecto. Además, salvo los gallegos que están por debajo de la media nacional, vascos y catalanes son de mucho salir de casa para su solaz; los primeros lo hacen un 20 por ciento más que el resto de los españoles y los segundos un 10 por ciento.

O sea que puede haber algunas costumbres no adquiridas y otras de carácter inveterado que propicien esto de los rebrotes. Pero lo más interesante del fenómeno es el miedo que de repente se extiende entre los residentes de los lugares en los que se producen. Esto se ha visto de una manera muy clara en Villafranca de Ordicia, la localidad guipuzcoana en la que tuvo lugar uno de ellos hace una semana. Por la calle Etxezarreta, la de los bares ahora cerrados, ya no se manifestaba la algarabía de los días pasados y en cola ordenada, cada uno con su mascarilla bien adosada al rostro, esperaban los parroquianos a que les hicieran una PCR los del Servicio Vasco de Salud. Más les habría valido menos zarabanda y más disciplina para no tener que entrar por esa calle después de haber salido de ella.