Opinión

Amar la escuela

Que hoy –hoy, al filo mismo del comienzo de curso- tengan lugar las primeras reacciones gubernamentales sobre covid y escolarización es cosa que clama al cielo. Revela nuestra clamorosa incapacidad para hacer otra cosa que improvisar. Entre nosotros se habla con toda naturalidad de suspender la escuela presencial. Muchos padres están atemorizados y algunos maestros, en plena crisis nacional, han convocado huelgas. Entretanto, los alumnos alemanes asisten en este comienzo de curso al colegio y no llevan mascarilla. ¿Cómo es posible?

Frente a lo que se creía en principio, los niños no sólo son pacientes escasamente amenazados por el covid, es que apenas lo transmiten. En mayo se hicieron 2600 pruebas entre escolares y maestros en el Estado de Sajonia y no se encontró ni un caso de infección aguda. Sólo 20 de los testados tenían anticuerpos en sangre, esto es, signos de haberse sobrepuesto a una infección. De los 206.000 infectados alemanes en julio, apenas un 2,8 por 100 eran niños menores de 10 años y 5,1 por 100 chavales entre 10 y 19 años. En definitiva, niños y jóvenes se contagian como los adultos, pero enferman menos y con menor gravedad. Tampoco constituyen vectores de transmisión graves, como sí ocurre, por el contrario en el caso de la gripe.

Alemania cerró preventivamente las escuelas entre marzo y mayo y considera malos los resultados. Ha registrado peor rendimiento académico, problemas para el aprendizaje y diferencias sociales. Ha seguido atentamente las conclusiones de Finlandia y Suecia, donde no se clausuraron colegios, y ha concluido que es preciso tener muy en cuenta los problemas. Los expertos alemanes coinciden en que es malo para los críos faltar a la escuela, tanto física como mentalmente. La escolarización doméstica ha tenido consecuencias que muy poca gente comenta. Por supuesto, el escaso rendimiento, pero también el aislamiento de los alumnos, una progresiva falta de concentración, pérdida de los hábitos de trabajo y atención y una tensión creciente en los hogares, a medida que los padres –en muchos casos en teletrabajo- se veían superados por una tarea docente que no les corresponde.

Resulta sorprendente la ligereza con la que en España se habla –repito- de cerrar centros o enviar en mayor o menor medida a los alumnos a la tele enseñanza. Ni los maestros están suficientemente preparados ni es fácil que los alumnos atiendan y aprovechen. Se puede perder colectivamente un curso o parte de él, como ha ocurrido, pero arriesgarse más allá y prolongar este estado de cosas, cuando la cautela sanitaria no lo aconseja, es una locura. No es hora de improvisaciones ni de politiqueos. Es hora de demostrar como europeos que sabemos que la escuela es el futuro.