Opinión

Ellas

El lema en latín bajo el que cada semana buscaré desde esta columna el encuentro con ustedes se lo pido prestado a doña Emilia Pardo Bazán. Una declaración de principios suya, la luz en la batalla, que quiero que nos acompañe desde esta ventana en la que, con mirada feminista, ojos de gata y de gato, ojos de barrio, arañemos juntos la realidad que no es tal.

Nuestro primer encuentro llega medio año después de que el virus cambiara todas nuestras vidas. Y voy a estrenarme hablando un poco de Ellas. De Inés, que le ha torcido el paso a Pablo, a Pedro, al otro Pablo y a Gabriel, entre otros. Sabe que Pedro le miente, y sabe que las amistades de Pablo irán a por ella por ofrecerle agua a Pedro. Pero es la única mujer en el escuadrón de liderazgos masculinos nacionales que parece que entiende a Consuelo.

Consuelo es ya abuela y ni le gusta lo que hemos hecho con los abuelos ni que nos lavemos las manos bajo el refugio de etiquetarles como «población de riesgo». Ella sólo ha visto oscuridad. La cegaron con una errónea prescripción médica con semanas de vida. Crio a sus hijos sin holguras económicas. Aprendió varios idiomas. Trabajó, viajó. Ha probado lo mismo de la vida que podría haber hecho si nunca le hubieran dado aquella medicina. Y su mejor compañía de este verano maldito ha sido su nieta, quinceañera, y que tiene en la abuela la mejor doma para su espíritu de rebeldía. A las dos les preocupa que el virus las obligue a dejar de acompañarse, que la nieta no pueda seguir leyéndole libros a la abuela y que Mimi, la hija de Consuelo, mantenga su trabajo. Mientras, justo ahora que empezamos nuestra relación, a Pablo le preocupa el daño en diferido que le pueden hacer Soraya y María Dolores, administradoras del «basurero» [sic en Génova] que le dejó como legado el Gobierno de Rajoy, y al que quieren dar aire para protegerse a Ellas, protegerle a Él, y dejar a los pies de los caballos al Vera y al Barrionuevo de don Mariano. Y atención, que en lo que parece el Watergate del «marianismo», dicen que también se manchará el CNI.

Y Pedro se frota las manos, ajeno a las «colas del hambre» y al «Plan de País» que España tiene que presentar en enero en Bruselas con una mirada a diez años de reconstrucción. El presidente confía en la ayuda que le presten Soraya y Dolores. Y, por supuesto, Inés, aunque no vaya a ser leal con Ella.