Opinión
Camino de destrucción
Las noticias son atroces, los presagios siniestros. Acumulamos 53.500 muertos y el gobierno, el peor del mundo en la contención de la pandemia, 27% de exceso muertes, dedica sus tardes a ordeñar sentimientos, resignificar mastabas y muertos y establecer cabezas de puente con los representantes del nacionalismo consagrado a destruir el país. El mismo que promueve la exclusión de los castellano parlantes, que usa los medios de comunicación y la escuela para construir un proyecto de nación y que no hay semana en la que no tribute homenaje a algún ilustre asesino. Ahora mismo, mientras escribo, el ministro de Justicia proclama en sede parlamentaria que estudiará los indultos de los golpistas de 2017. Unas élites políticas que nunca mostraron arrepentimiento, que han prometido que volverán a hacerlo, que consideran a la mitad de los catalanes como colonos y/o ilegítimos usurpadores de las teóricas esencias nacionales, que han recibido un bochornoso trato de favor de las autoridades penitenciarias y en los que tampoco concurren los atenuantes de salud y etc., qué sé yo, un cáncer desbocado, que ayudarían a edulcorar la puesta en libertad de unos capos mafiosos. Cuando alguien recuerda con impecable cinismo que al gobierno no le cabe sino atender las peticiones de indulto obvia la naturaleza del anuncio, auténtico globo sonda que coincide tanto con la discusión de los presupuestos del Estado como con la obscena utilización de la Casa Real, a la que han vetado en el acto oficial de Barcelona con unos argumentos puramente insultantes. No debe sorprendernos. Este gobierno, como el de Donald Trump en EE.UU., blasona de sus mentiras porque todo vale con tal de hundir la flota enemiga. Recuerdan que un 22 de enero de 2018, apenas cinco meses antes de aceptar los votos de ERC y Bildu en la moción de censura, José Luis Ábalos, con ese empaque suyo de ventero en El Quijote, había subrayado que «los independentistas no pueden ser en ningún caso aliados nuestros, ni para una moción de censura». Pedro Sánchez, 18 de mayo de 2018, advirtió que «Torra es el Le Pen español, y el PSOE le va a hacer frente». El mismo Geyperman aseguraba, 14 de octubre de 2019, que «como corresponde a un Estado social y democrático de derecho, el acatamiento significa su íntegro cumplimiento». Después de una pausa de esas suyas que parecen concebidas para pelear por el papel de Angus MacGyver, añadía, reitero, significa su íntegro cumplimiento. Pero la miga llegaba después: «El gobierno siempre contribuirá a facilitar el reencuentro de la sociedad catalana, fracturada hoy por el independentismo». Miquel Iceta ya sugirió en diciembre de 2017 que el indulto era la mejor forma de «suavizar, aligerar y coser heridas». Los indultos, como el blanqueo de Bildu, no son sino un aperitivos. Condenado a la irrelevancia, despreciado por los monstruos sagrados del felipismo, Sánchez entendió pronto lo que significaba el auge populista. Ha comprado la salvación del PSOE por la vía de traicionar al país, haciéndose soluble en las obsesiones de un Podemos nacido para impugnar la democracia liberal.
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