Opinión
La tercera derecha
Un famoso estudio sobre la historia política de Francia describió tres clases de derechas en el país vecino. Los legitimistas, que vendrían a ser los contrarrevolucionarios; los bonapartistas, que forman la tendencia populista siempre presente en la sociedad francesa, y por último los orleanistas, nombre con el que se bautiza a los liberales. Como los apelativos están relacionados con diversas formas monárquicas, la clasificación, vista desde nuestro país, resulta un poco engañosa. En realidad, la República no hubiera tenido éxito en Francia de no haber sido un régimen consistentemente conservador. Oportunista y, permítaseme la palabra, pastelero, pero conservador. Tanto, que en la Quinta República la izquierda tardó muchos años en llegar al poder.
Ahora en España tenemos también tres derechas, aunque ninguna de ellas presente el pedigrí de las francesas según René Rémond, autor del estudio antes aludido. Tenemos a la derecha centrada, convencida que los pactos establecidos en torno a 1978 siguen vigentes, por mucho que ninguno de los socios de Gobierno, ni los aliados nacionalistas, manifiesten la misma opinión, salvo a efectos puramente retóricos o propagandísticos. Luego viene la derecha, reciente, que parece pensar que esos acuerdos han sido pulverizados por el progresismo –también por el PSOE– y que plantea un nuevo marco para el debate público y la acción política. Y, por fin, está Ciudadanos.
Si nos empeñamos en aplicar el modelo francés, Ciudadanos vendrían a ser los orleanistas, aunque no es cuestión de especular quién ha heredado el título de la rama de la familia real francesa que encabezó y dio nombre a aquella tendencia. Desde una perspectiva española, han acabado convirtiéndose en el Centro del centro. No sólo creen en la vigencia de los pactos del 78, sino que pretenden encarnar, como en un ejercicio de pedagogía política, aquel mismo espíritu. Cuando nació, Ciudadanos, de orígenes ideológicos socialdemócratas, ocupaba el centro por su posición y su programa antinacionalista. En Cataluña, el centro era España, y aquello constituía todo un programa para el conjunto del país, no sólo para la Comunidad Autónoma catalana. Ahora, en cambio, aspira a dar vida a algo mucho más sutil e intangible, como es traer a nueva vida una hiperidealización de lo ocurrido hace cuarenta años.
El propósito de los dirigentes de Ciudadanos no es irrelevante. No tiene en cuenta, sin embargo, lo ocurrido en la izquierda española desde 2004, cuando se tomó la decisión de dejar de lado cualquier consideración sobre la nación española y anteponer una agenda propia al interés general. Por eso Ciudadanos tuvo sentido, y ahí radica el éxito que logró en 2017, cuando aglutinó una gran corriente antinacionalista con vocación de mayoría. Vinieron luego tiempos de ambiciones personales y desconcierto. Y ahora tenemos una nueva situación, en la que Ciudadanos, en contradicción con todo lo que significó en su apogeo, tiene que hacerse perdonar el haberse atrevido a manifestarse en contra de la deriva pronacionalista del socialismo. Mucho más que el alma de aquellos tiempos primeros, Ciudadanos encarna ahora el espíritu de la derecha feliz, conforme con que la dejen existir.
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