Opinión

¿ETA acabó?

El verdadero fin del terror no suele tener una fecha marcada en el calendario. El día que se descubrió que el humo de Auschwitz era carne de judío no se cercenó el odio, que suele volver cada cierto tiempo como una plaga de sebo. ETA no murió cuando unos encapuchados salieron por televisión con ese disfraz de baratillo, que ni para despedirse oficialmente cambiaron las telas de las cortinas. Intentan enterrarla ahora cuando se habla de un mal sueño o cuando se le pregunta a un chaval en la escuela y responde que no sabe lo que es. Una serie de televisión. A ETA no la enterró el PSOE y, si acaso lo hubiera hecho, lo que consigue Sánchez es resucitar el dolor, darle aire a la serpiente que se le enrosca a modo de collar prestado, lo luce pero no lo reconoce como suyo, como las «celebrities» cuando van de estreno. Una doble burla.
A los monstruos hay que sacarles la última gota hasta que fenecen en lo alto del castillo, pero al del terrorismo lo dejaron vivo, dispuesto a clonarse en un partido político o en una pandilla que echa a golpes a unos guardias civiles de un bar de Alsasua. Como en las películas de zombies. Se replican hasta que llegan a las tripas del Gobierno desde donde comienza su nuevo reinado. ETA no acabó hace diez años, como nos quiere convencer el Ejecutivo. El rastro de la baba permanece en los adoquines. Solo hay que saber mirar. O tocar. También acabó el franquismo y el Frankenstein saca a pasear a las momias en un espectáculo del hombre elefante. La Unión Europea nos mira cada vez con más recelo. Nos reíamos de la barquita de Rajoy y Merkel, tan de dominatrix rellenita para un señor de Pontevedra. Ahora es un barco pirata donde el presidente y su vice moño no llevan compañía. Nos regañan (también) por permitir la exaltación de los terroristas. Aquí, mientras tanto, nos abonamos a la teoría del negacionismo. No hay pacto con Bildu, aunque Rufián cante lo contrario. No hay ETA. No permitimos que los etarras salgan de prisión así como así y los reciban riau riau. Donde no hay paz es en los camposantos donde el otoño ha dejado una lluvia de lodo que tapó los nombres de los nichos. No hay muertos. Han desaparecido.