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Opinión

Ángeles con espada

Ángeles con espada, el documental de Javier Rioyo dedicado al Valle de los Caídos, desmonta las injerencias posmodernas en la historia, da voz a historiadores, arquitectos y antropólogos y, al cabo, dibuja un fresco insuperable de un monumento atroz y un tiempo de silencio. Mastaba de la victoria en honor de los caídos de un bando, pirámide alquitranada con el guano de miles de huesos de vencidos, a los que el régimen restregaba su triunfo, la tumba de Cuelgamuros, iglesia con lápidas, luce mientras España muere de hambre y tifus. Fue rematada en vísperas de la apertura al mundo, con la firma para la apertura de las bases estadounidenses y el ingreso en Naciones Unidas. El Valle comparte con los monumentos de otros sátrapas, como Hitler y Stalin, su intención totalitaria y una letal vocación de inmanencia. Quien busque en la admirable película de Rioyo, padre del moderno cine documental español, cineasta literario y cultísimo, una suerte de revanchismo, o un ejercicio de equidistancia entre víctimas o verdugos, está condenado a la melancolía. Igual que en aquella soberbia cinta sobre las Brigadas Internacionales y la División Azul, Extranjeros de sí mismos, donde cantaba y contaba el utopismo suicida de unos jóvenes devorados por los fanatismos ideológicos y/o centrifugados por las circunstancias históricas, en Ángeles con espada Rioyo no elude las grandes cuestiones. Lejos de pulsiones mistificadoras trata la construcción del monumento con toda la complejidad y riqueza que merece, libre de dogmatismos y desprovisto de liturgias faraónicas pero también de infantiles juicios a posteriori. Sin escamotear o edulcorar los crímenes del dictador, también sin resbalar por esas pendientes maniqueas tan del gusto contemporáneo, Rioyo, heredero de Cháves Nogales y Clara Campoamor, discípulo de Buñuel, Hergé y Cocteau, libérrimo e ilustrado, erudito y valiente, ha entregado una de las grandes películas de 2020. Sus Ángeles con espada revolotean en la tragicomedia española con limpio pragmatismo. Marcan el único camino posible para encarar nuestra historia, cualquier historia. Un relato desapasionado y pragmático, sin las alforjas del odio que alimentan a lo peor de nuestra izquierda ni las ficciones nacionalistas de lo más reaccionario de nuestra derecha. El emocionante programa del 78, justamente.