Opinión

Que pudiera ser

El arte de la política y la capacidad de expresarse en ella consiste en mantener una relación sana con la verdad

El viejo socialista se ha sentado en la tercera fila, un poco ladeado hacia el pasillo, porque no quiere perderse la llegada de Felipe González.

Entretiene la espera tratando de reconocer tras las mascarillas a los ilustres compañeros que acuden a la presentación de la biografía de Rubalcaba que ha escrito Antonio Caño. Uno de los primeros en llegar es Javier Solana, que saluda a otro grupo de personas que Miguel no es capaz de identificar. Poco después ve a Ramón Jáuregui. Maravall, sí, aquel es Maravall y quien habla con él es …Lambán, sí, el presidente de Aragón. A su derecha, alto, con la leve cojera marca ETA que lo señala al andar, pasa de repente Eduardo Madina, que pudo ser secretario general, pero ganó Sánchez, qué le vamos a hacer. Ya podían haberle apoyado más abiertamente González y el propio Rubalcaba, que lo entrenó, y cómo, porque sacó lo mejor de ese chico como parlamentario. No llega a los cuarenta y cinco y ya le colocan los del nuevo PSOE, los sanchistas, en las filas del viejo. Tras él, avanzando hacia el estrado, surge la figura de una mujer que no reconoce hasta que se quita la mascarilla. Es Elena Valenciano, segunda de Rubalcaba, vicesecretaria general del Partido Socialista en aquellos años que hoy parecen tan lejanos.

Se siente bien. En casa. Es parte de algo que es mucho más que un partido. Así se sigue viendo, como cuando en aquellos días del 77, recién legalizados, repartía octavillas y hablaba con la gente en la puerta del metro de La Prospe. O en el 79 cuando el partido abandonó el marxismo para empezar un camino que le llevaría al gobierno aquel inolvidable 28 de octubre de 1982, 202 escaños.

Llega en ese momento Felipe González. Se detienen las conversaciones y se apagan los murmullos. Una perceptible sensación de majestad adorna el repentino silencio. Va directo al estrado, saluda, se quita la mascarilla para las fotos iniciales y en cuanto da comienzo el acto se la vuelve a poner.

Impone, sí. Así lo imaginaba, y así lo ha percibido. Le parece además que no sólo a él, sino al auditorio todo que sin palabras revela en la atención de sus gestos y en las miradas sostenidas, el profundo respeto a uno de los actores principales de nuestra historia política.

Pese a lo que diga Lastra, la experiencia en política no es un grado, es un cimiento. Como en el arte. Solo se puede innovar y avanzar en la dirección correcta si sabes dónde quieres ir, y eso únicamente es posible teniendo claro de dónde vienes. Pero no nos gusta escuchar lo que nos incomoda cuando es verdad o nos hace sentirnos culpables.

Presta atención. Dice Felipe que Rubalcaba era un hombre libre porque su compromiso nunca fue mercenario: no se vendía por un triunfo político. Su capacidad de análisis y el saber ponerse en el lugar del otro le hicieron el gran negociador que fue, subraya Valenciano. Cogía la pelota y se callaba el estadio, recuerda Madina, que aprendió de él –anota Miguel– que el arte de la política y la capacidad de expresarse en ella consiste en mantener una relación sana con la verdad y con el significado de las palabras.

Descubre en primera fila al nuevo Psoe. El ministro Ábalos asiste silencioso al espectáculo y apenas asiente tras su mascarilla cuando Elena Valenciano recuerda que Rubalcaba advirtió del riesgo de haber ganado a ETA pero perder el relato de su historia. «Los socialistas no lo permitiremos, vamos a evitarlo ¿verdad José Luis?, gracias por haber venido».

Se le antoja un sutil y elegante puyazo. El relato. Esa es la opción que se le está dando a EHBildu que, como recuerda González, tiene todo el derecho que le dan los votos y la Constitución que le ampara –no como en otros países como Alemania o Estados Unidos cuyas constituciones no permiten la existencia de partidos que vayan contra ellas–, pero no debieran partidos antiespañoles ser apoyo del PSOE para decidir en España.

El PSOE, mi casa, repite en voz alta Valenciano, como Miguel a sí mismo, por encima de cualquier circunstancia temporal.

Termina el acto, y sale Miguel a la calle. Cuando abre el paraguas y comienza a andar, despacio, duele aún la cadera tras la operación, le asalta, junto a la dulce sensación de reencuentro, un fogonazo de luz que ilumina lo que hace tiempo era incapaz de ordenar en su cabeza. Pedro Sánchez no ha arrasado el partido, no puede, es indestructible. Lo que ha hecho ha sido ha sido aupar su ambición personal en unas siglas y un pasado, esconder los rasgos de carácter del Partido Socialista –diálogo, disputa interna, conversación intergeneracional, sentido de la Historia– y robar su identidad.

No es el PSOE quien gobierna, sino un grupo de impostores con carnet y sin escrúpulos que se mueven al dictado de una táctica de juego político que, pese al nombre, no es política. Un plan sin más ambición que la supervivencia creado por expertos en márketing que desde algún lugar de la Moncloa diseñan estrategias y dan órdenes.

Eso, piensa Miguel, alimenta mi esperanza de que no todo esté perdido para la izquierda.

Salvo que todo esto sea también mentira, que pudiera ser.