Coronavirus

Las fiestas de la incertidumbre

La realidad es que no tengo ni idea del caos que ha montado Illa

La próxima semana entramos en las fiestas navideñas. Este año se desarrollan bajo la triste y angustiosa sombra de la covid-19. Llevamos diez meses que son, en general, los peores de nuestras vidas. En marzo irrumpió con toda su intensidad una extraña y catastrófica crisis sanitaria, sin que nadie hubiera previsto lo que venía. Es difícil encontrar alguien que este ahora mejor de lo que estaba entonces. Una vez más se constató ayer el carajal que tenemos montado con el Estado de las Autonomías a la vez que descubrimos la incompetencia de los populares y sobrevalorados Illa y Simón. Desde el primer día hemos vivido una estrategia tan errática que no tiene parangón en el resto de países, aunque es cierto que la pandemia cogió por sorpresa a todo el mundo pero aquí lo hemos hecho rematadamente mal. A pesar de lo que se vivía en China, los ricos países europeos lo observaron con su habitual displicencia.

No recordamos esos días previos al estado de alarma en los que proliferaban los «wiki-expertos» en China y sus mercados. Hubo momentos en que sentí auténtico bochorno. Me gustan la historia, la cultura y la comida china, pero nunca he vivido en ese gran país y desconozco sus mercados salvo por lo que he visto en algún documental o leído en reportajes. Esas cosas me recuerdan el caso de un compañero catedrático que pasaba como gran experto en Oriente Medio, aunque no hablaba ninguno de los idiomas de la zona. Creo recordar que dominaba el catalán y mostraba un conocimiento razonable del francés. Estos días nos toca a todos los españoles ser expertos en las normas o indicaciones autonómicas sobre restricciones navideñas. Lo mejor es hacerse un esquema con los datos de las consejerías y organizarlos por comunidades, comprar una «pistola» de temperatura y exigir un test a todos los comensales. Es bueno trucar el termómetro para dar un buen disgusto al familiar o allegado que nos caiga mal. El miedo a la covid se ha convertido en una gran excusa para sacarse de encima algunos encuentros plúmbeos. Esta es la parte positiva. No lo es tanto la ausencia de una norma general que no introduzca más confusión a los sufridos ciudadanos y, sobre todo, me libere de tener que ejercer de intérprete o experto de este confuso panorama. La condición de periodista nos presupone un conocimiento universal que se ve agravado en mi caso por la fortuna de ser director de este periódico. La realidad es que no tengo ni idea del caos que ha montado Illa.