Política
La hoja de ruta de la «revolución roja»
A los comunistas siempre les gustó utilizar el término rojo. El ejército soviético se denominaba así y han usado banderas de este color para identificarse junto al puño en alto y la Internacional. No es mi color favorito, pero no tengo nada en su contra. Otra cuestión distinta es mi rechazo por el comunismo, el populismo y el anarquismo. Lo mismo me sucede, como es evidente, con cualquier formación o ideología totalitaria. El problema es que ahora tenemos a los comunistas sentados en el consejo de ministros, no sé por qué algunos se molestan con la denominación de socialista-comunista. Este nuevo Frente Popular, aunque no se presentaron coaligados a las elecciones como sí sucedió en 1936, es un auténtico espanto. No sucedería lo mismo si fuera un gobierno del PSOE o si Podemos y sus confluencias y aliados no quisieran acabar con la Constitución y lo que denominan despectivamente «el régimen del 78». Hay que reconocer que no lo han escondido y que les gustaría imponer un proceso constituyente, porque saben que no dispondrán de una mayoría para reformar la Constitución y hacer una nueva al estilo de Chávez y Maduro.
Unas Cortes Constituyentes, como todo el mundo sabe, podrían aprobarla sin necesidad de consenso, aunque sería un enorme despropósito. Es fácil imaginar lo que sucedería si estuviéramos en ese escenario con la actual mayoría que apoya al gobierno socialista-comunista. No es algo ajeno a nuestra historia constitucional, porque sólo los textos de 1876 y 1978 no fueron el resultado de la imposición de una mayoría. Estos días estamos viendo que el rodillo formado por socialistas, comunistas, antisistema, bilduetarras e independentistas funciona como un reloj suizo. La mitificada Constitución de 1931, junto con la antidemocrática ley de Defensa de la República, es un ejemplo de la sensibilidad de la izquierda revolucionaria. Por cierto, Manuel Azaña, hoy convertido en modelo de virtudes democráticas, fue uno de los mayores responsables del sectarismo y el fanatismo que impregnaba la vida política de la Segunda República. Es difícil entender que se quieran loar unos méritos y calidad humana que nunca tuvo. En esto se apunta hasta nuestra acomplejada derecha, siempre necesitada de que los periodistas de izquierdas le hagan algún mimo. Este mismo criterio se puede aplicar a algunos dirigentes de la derecha y militares golpistas de la época. Ninguno merece ni respeto ni admiración.
Los españoles somos muy proclives a repetir nuestros errores e incluso a regodearnos en ellos. Ahora tenemos a los comunistas y antisistema sentados en el Gobierno gracias a esa democracia que rechazan, porque prefieren mejor el modelo populista de Maduro, Evo Morales o los hermanos Castro. No es ninguna exageración. El comunismo tiene una enorme capacidad de supervivencia gracias a la simpatía de intelectuales y periodistas que siempre hacen diferencias con los sistemas autoritarios de derecha o izquierda, aducen en este último caso que la culpabilidad reside en las personas y no en las ideologías. Es la típica basura de barniz progre que llevamos décadas escuchando. Los que hace no tanto tiempo gritaban en el movimiento del 15-M contra la democracia ahora han pegado un subidón social gracias, precisamente, a ella.
El objetivo fundamental de una parte de este Frente Popular es acabar con los poderes e instituciones del Estado que les impiden su revolución. En este sentido, me temo que a Pedro Sánchez le puede suceder lo mismo que el príncipe Lvov y Kerensky cuando consiguieron acabar con el zarismo, porque al final los bolcheviques destruyeron con el gobierno provisional que pretendía instaurar una república democrática. En cambio, los radicales consiguieron hacerse con el poder e impusieron un régimen comunista. Era impensable que el zar, considerado como un «padre» por el pueblo ruso, abdicara y se pusiera fin a la dinastía Romanov. Lo mismo pensaban muchos venezolanos cuando llegó Chávez y todos sabemos la catástrofe que vive esa gran nación. Y no recordamos lo que sucedió en Cuba con el repugnante Fidel Castro, el gran héroe revolucionario, junto a la colección de criminales e indeseables que le acompañaron como el Che Guevara.
La ofensiva contra la Monarquía es fundamental para que los revolucionarios consigan ahora sus objetivos. Hay mucha gente que piensa que no es posible porque estamos en la Unión Europea y que esto pasará, pero la realidad es que las encuestas muestran que este nuevo Frente Popular revalidará su mayoría en las próximas elecciones. Ahora toca imponer leyes que transformen a la sociedad, establecer mecanismos para subsidiar a los votantes y mantener el pulso populista. La estrategia para provocar la caída de la Monarquía no será en esta legislatura, por supuesto, sino en la siguiente. Es crear el clima de desprestigio necesario, algo que domina muy bien la izquierda y sus terminales ideológicas. Por ello, es tan importante destruir política y humanamente a don Juan Carlos para acabar con la institución. No hay cortafuegos que aguante un incendio tan enorme como el que están impulsando comunistas e independentistas. No es la primera vez que lo hacen en España y en otros países.
Finalmente, está el asalto a un Poder Judicial que les resulta incómodo, porque no cuentan con suficientes magistrados y fiscales dispuestos a asumir el uso alternativo del Derecho. Una vez más se podrá pensar que es una exageración y que no se puede dejar al margen del CGPJ a comunistas, independentistas y bilduetarras. Es una solemne estupidez. Esta institución no tiene por qué ser el resultado de un reparto partidista que recoja todas las sensibilidades, incluyendo a los que quieren acabar con España, que hay en el Congreso. Lo que suceda ahora mostrará si Sánchez quiere ser un Kerensky o un líder con visión de Estado que impida la aplicación de una agenda radical que abra la puerta a un proceso constituyente.
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