Opinión
Todos queremos ser El Rubius
Desde que se ha regurgitado como verdad suprema que pagar impuestos es un valor moral, cualquiera que discrepe de esa idea por la que el Estado nos atraca cada gota de sudor es considerado un antipatriota y que merece el exilio, mientras que pague aquí, claro; un bestia desconsiderado para que el piden que no lo admitan en los hospitales públicos como castigo a esa ignominia; un tío mierda. La fuga del «youtuber» El Julius a Andorra ha desatado la fuerza toda de la hipocresía nacional. Este hombre ingresa unos 4,3 millones al año, lo que supone, según la ley española, que debe abonar a Hacienda casi la mitad. Es un rico, y ya se sabe que los ricos no tienen conciencia. Al cabo, un traficante de pasta mientras el resto de los españoles nos dedicamos al menudeo, ese estudiar de dónde me puedo desgravar y que truquis está a nuestro alcance para ahorrar unos pocos euros. A los que en tiempos se acercaban a Ceuta a comprar radiocasettes o a Portugal a hacerse con un juego de toallas más baratos todavía no les atacaba el remordimiento colectivo por el que si no se entrega la sangre al Estado, al que se puede insultar, vilipendiar e incluso intentar derrocar, pero nunca racanear, se convierte en un maltratador de las finanzas.
Los que nos gobiernan todavía creen, cegados por una ideología convertida en catecismo, que repartir la pobreza es la mayor gloria de lo que llaman justicia social. Puestos a creer con máxima fe que subir impuestos es la mejor manera de mitigar la infelicidad, que no es así, al menos se podría meter la mano en la herida y reflexionar si es mejor que a los de aquí se les exija más o si no sería más efectivo que tributen menos y no huyan a Andorra o a Portugal, un territorio socialista que en cuestión recaudatoria es ultraliberal incluso si se le compara con el que sueña Ayuso. Resulta que España, el imperio donde no se pone el sol de la economía sumergida y los pagos sin IVA, quiere dar lecciones a quien se zafa por lo legal. Los pícaros contra el listo. O sea, que para algunos se admite que España les roba pero a otros se les echa al estiércol de la insolidaridad.
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