
Los puntos sobre las íes
La ética del engaño no cuela en la OTAN
Lo sorprendente no es que Sánchez mienta, sino que haya gente de buena fe que le siga votando.
El nombre de Diego Rubio tal vez no diga nada al común de los lectores por la obvia razón de que apenas sale en los periódicos y que de él se habla entre nada y prácticamente nada en televisiones o radios. Pero les dirá todo si les soplo el cargo que ocupa: jefe de gabinete del todavía presidente del Gobierno. Aunque bien es cierto que para trabajar con Pedro Sánchez suele ser condición sine qua non ser portero de puticlub, carretillero o putero, también hay excepciones que confirman la regla como la de este cuasi cuarentón cacereño. Un tipo que se licenció en Historia con el mejor expediente de España y ha pasado por Oxford y La Sorbona no es precisamente un piernas ni uno más de esa caterva de mangantes que han hecho carrera a la vera del marido de la tetra imputada Begoña Gómez. Durante su estancia en el Magdalen College de Oxford elaboró una tesis doctoral de curioso y no menos premonitorio título: La ética del engaño (The ethics of deception). Lo que viene a decirnos Diego Rubio es que Nicolás Maquiavelo, del que habla profusamente, tenía más razón que un demonio cuando insistía en que el engaño ha de representar una de las piedras angulares de toda gobernanza. Y agrega que todos los grandes mandamases de la historia han echado mano del bulo para sacar adelante sus proyectos, empezando por los Reyes Católicos.
Lo que hace implícita e incluso explícitamente es banalizar o respaldar el empleo del embuste para dirigir los destinos de una nación. Dicho todo lo cual hay que colegir, más allá de toda duda razonable, que este personaje nació para trabajar al servicio del político más mentiroso de la Europa contemporánea. Constituye una evidencia que Sánchez se cree sus propias mentiras y si no se las creyera, porque no esté tan enfermo como sospechamos, es por el mero hecho de que a él le resulta ético y normalísimo soltar patrañas como si no hubiera un mañana. La última vez que la momia monclovita ha aplicado el manual de su jefe de gabinete fue el domingo cuando, en una improvisada rueda de prensa, nos sorprendió a todos al anunciar que la OTAN había consentido a España reducir el gasto en Defensa al 2,1% del PIB, menos de la mitad del 5% que exige Donald Trump. Fue terminar la comparecencia y lanzarse todos los socialistas y buena parte de sus socios a loar la gesta del caudillo frente a ese imperio del mal que son los Estados Unidos del presidente del pelo naranja. Sánchez argumentó que esa victoria permitiría a España aumentar el gasto en armas sin tener que meter la tijera en Educación, Sanidad y pensiones.
Y toda la progresía patria, putera o no, tan contenta. El secretario general de la Alianza Atlántica, Mark Rutte, que no es un malo-malísimo ultraderechista sino un centrista, le sacó los colores a nuestro sinvergüenza primer ministro. "España deberá invertir el 3,5% en capacidades militares [más otro 1,5 en infraestructuras y seguridad]", aseguró, dejando a nuestro autócrata con las posaderas al aire. Que es el número 1 en la ética del engaño lo certificó definitivamente anteayer al suscribir de su puño y letra la Declaración de La Haya, que fija la inversión en Defensa en el 5% del PIB en una década. Lo más sorprendente de todo no es que Sánchez mienta, ostenta el Récord Guinness en la materia, sino que haya gente que de buena fe le sigue votando. Eso es lo verdaderamente alarmante, que la ética del engaño siga causando furor. Da miedo porque eso ya es purito Goebbels.
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