Política

Siberia-Galapagar

«¿Con qué Putin se queda Iglesias? ¿Con el que tortura y aplasta a la disidencia?»

Que España no es una democracia plena lo demuestra cada día Pablo Iglesias, el Georgie Dann del «Casatshock» de Putin, cuando manda callar a los que le gritan cerca de su casa. No lo es porque no se respeta la ley, no solo la que prohíbe que te amedranten en tu morada, sino las que no consienten golpes de Estado por la espalda. Aquí los traidores duermen en casa, que es una manera fulana de defender esa democracia de la que hablan. Al cabo, Iglesias es un Putin afeminado frente al machirulo imperial. El líder ruso emplea distintos discursos para una idea y su contraria según venga bien a su grandeza. A quien se le ocurra pedir, no ya la autodeterminación, sino un mínimo de autonomía dentro de la gran patria, le espera la cárcel o el veneno. ¿Con qué Putin se queda Iglesias? ¿Con el homófobo endemoniado que guillotinaría el ministerio de Igualdad de Irene Montero? ¿El que se anexiona Crimea por cojones? ¿Le gusta que mantenga con orgullo símbolos de la dictadura comunista aunque sea embalsamados? Iglesias sería un Rasputín de barrio aunque viva en Galapagar, que es a Vladimir lo que sus palacios de la época zarista. En Rusia se tortura, se pega un puntapié a la disidencia, tanto que según Amnistía Internacional, una de esas asociaciones tan del gusto de Iglesias, cientos de personas han sido engaleradas por urdir manifestaciones pacíficas. El silencio, como dijo Carlos Alsina ayer al recoger el premio al mejor periodista del año, sí que es la muerte de la democracia. Y no veo que aquí se calle nadie, apenas algún mediocre rapero que no merece prisión por mucha rima nauseabunda que haya compuesto. Por qué han esperado tanto para proponer un cambio de la ley. Ah, que era más importante inscribirse con el género que se nos antoje. Pero si jugamos a que la libertad de expresión sea nuestro mayor bien, que sea la de todos. No vale censurar a Trump en las redes, pillines, que eso es hacerse un hijo de Putin. Tolero lo que me da la gana y los demás que se pudran en el infierno. Entonces, Pablo, he decirlo bien alto, cuqui: no me gusta que a los toros te pongas la minifalda rusa porque destapan las vergüenzas. Con el moño y los pendientes ya tenemos bastante por ahora.