Opinión

Un candidato a codazos

Cuatro años después de la noche en panavisión de Ciudadanos, asistimos al combate de los supervivientes del procés, que amenazan con bailar pegados a pesar del odio que se profesan. A su vera, la izquierda populista, dividida entre la abeja maya y la copa menstrual, avanza en la batasunización del espectro político ibérico. Las únicas alternativas reales a una nueva entente nacionalista pasan por un tripartito Frankenstein.

Que la democracia declina hacia el crepúsculo de los dioses lo demuestra el hecho de que la Generalidad, en un gesto típicamente bananero, haya concedido el tercer grado penitenciario a los gamberros del 1-O sin que, de momento, sepamos qué dice o a qué juega la Fiscalía. Con el tercer grado a los mafiosos sucede como con los papeles de ciudadanía a uno que escribe loas a la siesta y el bocadillo de mortadela mientras hace como que toca el piano: son privilegios de caraduras, amorales y jetas, extractores de rentas ajenas con inmejorables conexiones y un sueño, bien profundo, a prueba de remordimientos.

Lo que no cambia es el gusto de los nacionalistas por colocar en el mascarón de proa a una peña abocada a chatear con los ropones. La única diferencia detectable entre Laura Borràs y sus predecesores es que ella, como ha explicado gloriosamente el gran Ramón de España, llega encausada de serie. Con independencia de las cacicadas que pueda cometer en el cargo, las (presuntas) malversaciones, fraudes, falsificaciones y falsedades documentales nos aseguran una legislatura atenta al desfile por los juzgados, irrenunciable seña identitaria de la modernidad catalana. El hecho diferencial, mi elemental Watson.

Más allá de la purria nacionalpopulista asoman los restos de un constitucionalismo troceado entre un Ciudadanos comatoso, que arrastra todavía la vergüenza de su debacle tras la victoria, incapaz de estar a la altura de sí mismo; un PP con el mejor candidato imaginable, Alejandro Fernández, y un partido, Vox, que atrae bajo el paraguas de un nacionalismo de signo inverso todo el voto de los que no hace tanto, e inspirados por Iván Redondo, llamaban a desinfectar Badalona. A lo peor las magras expectativas del PP y Ciudadanos sirven para recordarnos la exacta medida del pensamiento y las convicciones demoliberales en una Cataluña donde la gloria escénica, y millones de votos, son patrimonio de bocachanclas, curanderos asamblearios y sacamuelas supremacistas. Para contrarrestarlos, unos y otros han acudido a unos expertos en márketing y una cartelería de emoticonos y abrazos que daría para cortarse las venas si no fuera porque salimos inmunizados de espantos.

Respecto al PSC y su asombroso candidato, Salvador Illa, toca despiezar su figura en sus dos variantes, planos y facies. Como ministro, gestor bifronte, recuerden el carnaval con las máscaras y los tests. El veo, veo del fantasmagórico comité de expertos que sólo existía en las ruedas de prensa. Aquel empeño por mantener las convocatorias del 8-M, y todos los espectáculos colaterales, del fútbol a los conciertos, necesarios para justificar el pulso contra las recomendaciones de los expertos.

O la destitución del jefe del Servicio de Prevención de Riesgos Laborales de la Policía Nacional, José Antonio Nieto González, despedido por el ministro del Interior después de que el 24 de enero osara recomendar a sus subordinados que evitaran el contacto con «cualquier persona que presente síntomas de enfermedades respiratorias, como tos y estornudos». El policía también ordenó liberar una partida presupuestaria para comprar miles de mascarillas y guantes. Fue fulminado a tres meses de jubilarse por Grande-Marlaska.

En cuanto a su papel en la Cataluña de la peste, esto que nos cuenta mi amiga P. L, alguien que ha peleado en la trinchera de la política contra el nacionalismo y estuvo en las manifestaciones del 8 y el 29 de octubre de 2017 en defensa de la Constitución. El hoy candidato fue uno de los pocos cargos del PSC que asistió a la cita del 8 de octubre, por supuesto a título individual.

«De pronto –explica P. L.– me viene a la memoria una anécdota de ese día. Nadie imaginaba que aquello fuese a ser lo que fue, por eso no estuvo el PSC que sí se apuntó a las siguientes. Pero, por si acaso, debieron de decidir enviar a alguien que pasase desapercibido pero cuya presencia pudiesen reivindicar. Pues bien, aquel día, un grupito de diputados y concejales de Cs habíamos llegado temprano y cuando se fue constituyendo la cabecera de la manifestación, allí estábamos tres o cuatro en primera fila. Y en esto llega un tipo alto y delgado y empieza a dar codazos a troche y moche diciendo que él era diputado. Lo creas o no, me sacó a codazos y me hizo retroceder hasta situarme en la fila de detrás. No lo había vuelto a recordar porque, aparte de lo molesta que me sentí en aquel momento, no le dí mayor importancia. A mí no me iba nada en salir en la foto. Pero la memoria, a veces, guarda cosas en la recámara que aparecen sin pensarlo. Y sí, era Illa. El que va a pacificar Cataluña, el puente que va a unir las dos Cataluñas. A codazos». Pues eso.