Tribunales

Entre zangolotinos y más

Dejo constancia de que los quejosos de tanta puerta abierta, para sí las quieren cuando tienen problemas.

Llama un amigo y me cuenta las cuitas de otro amigo, cuitas pandémicas del hijo de ese otro amigo. En resumen: que a su hijo le han notificado una multa por saltarse el «toque de queda». ¿La consecuencia?, pues una multa de 600 euros, pero si no rechista, y paga ya, quedarían en la mitad. Buena rebaja, pero aun así, un palo.

No sé si el amigo de mi amigo llamó a capítulo a su hijo. No habría estado de más porque, por lo que me dice, presenta todas las trazas para considerarle un zangolotino, que le pilla algo lejos la idea de responsabilidad. Me dice que suele prescindir de mascarillas y de otras exigencias pandémicas que son «para los demás». No consta que le abroncase y lo que sí hizo el amigo de mi amigo fue poner en marcha su red de relaciones personales para salir del paso y así me llega la onda expansiva del drama familiar.

Desechada la posibilidad de eludir las notificaciones y apelar a caducidades, su plan maestro pasaba por no pagar la multa: su hijo es estudiante, mayor de edad y sin ingresos, luego insolvente. «A ver qué le embargan», concluyó malicioso. Astuta maniobra que se aguó ante la hipótesis de que el chico «venga a mejor fortuna» pues tiene apalabrado un trabajillo y lo mismo que la noticia de su contrato llegará a la Seguridad Social y Hacienda y quizás también al ayuntamiento. «Todos esos se cruzan datos» concluyó algo rencoroso el amigo de mi amigo.

Acorralado, optó por sacar a relucir a ese ácrata que muchos llevan dentro. Y así el amigo de mi amigo enhebró una retahíla de razones para demostrar que todas las prohibiciones y limitaciones aparejadas a la pandemia son absurdas o inútiles. En definitiva, erigido en autolegislador hizo un alarde de razones de derecho no ya sobrenatural sino divino para dejar de cumplir con la, ciertamente, densa y abigarrada normativa pandémica. Que le asistirían a su hijo, pero en el fondo a él. Ser zangolotino debe ser hereditario. En fin, ante tan sesuda consulta sugiero que se le haga llegar la idea de que las normas hay que cumplirlas, que no puede haber tantas como ciudadanos.

Cada vez más acorralado, navegaba desarbolado y apeló al argumentario comparativo: ¿por qué a su hijo, que es un buen chico, le multan y a tanto sinvergüenza no le pasa nada?, ¿por qué tal o cual delincuente –y aquí vinieron ejemplos de la crónica entre política y negra– entra por una puerta y sale por otra?. Típicos argumentos de conversación de taxi y aliñados con las prédicas de algún radiopredicador. Ya cansado, aconsejo a mi amigo que le diga que se deje de comparaciones porque cada caso es cada caso; eso sí, dejo constancia de que los quejosos de tanta puerta abierta para sí las quieren cuando tienen problemas.

No supe más ni del zangolotino ni de su padre. Pero después mi amigo planteó algo serio: no quería coartadas exculpatorias y se erigió en altavoz de una ciudadanía razonablemente indignada. Y empezó a quejarse de lo injusto que es exigir responsabilidad por infracciones menores cuando delincuentes condenados por delitos gravísimos salen de la cárcel con terceros grados por razones políticas, o por ésas razones se tejen reformas legales ad personam para librarles de toda responsabilidad, o cuando desde instancias oficiales se hace gala de incumplir leyes y sentencias, o por razones ideológicas se ampara la «okupación» o la inmigración ilegal, o los partidos esconden su corrupción, o desde el propio gobierno se justifican los delitos de los antisistema, se alienta la violencia callejera o se abraza a terroristas.

Ahí ya me quedo sin palabras y concluimos ambos que el Estado de Derecho se deslegitima si quien gobierna incumple las normas. Pero apostillo: lo peor es que no pase nada, y nos preguntamos si no pasa nada porque esa ciudadanía tan indignada es moldeable, que basta una inyección letal de telediario para que todo se olvide y el gobernante crezca en aprecio; o, tragedia, que del mismo modo que hay telebasura porque tiene su público, va a resultar que esos gobernantes son reflejo de los gobernados.